lunes, noviembre 25, 2024
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Regina

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El globo se pincha. Con la marcha de Regina Otaola del País Vasco (terminará su mandato como alcaldesa de Lizartza en apenas un año, cuando culmine la legislatura) se acaba una forma de entender la política en Euskadi sustentada en la épica de la resistencia. Antes se produjo la retirada de la líder popular María San Gil y la renuncia de otros socialistas militantes de “Basta ya” (la plataforma cívica que desafió el “nacionalismo obligatorio”). Habrá otras políticas, puede que más sostenibles, pero serán menos emotivas. Regina se llevará consigo la apasionada rebeldía.

Llegó al Ayuntamiento guipuzcoano de Lizartza (641 habitantes) el 2 de julio del 2007, tras alzarse el PP con la Alcaldía por 27 votos frente a los 142 nulos del PNV/EA (que pidió voto en blanco) y los 186 que se atribuyó la lista abertzale ilegalizada. La realidad fue que nadie se atrevió a gobernar Lizartza después de una legislatura inhábil por el abandono del candidato de la coalición PNV/EA, Joseba Egibar, quien pese a haber cedido tres concejalías a la lista ilegalizada pro Batasuna no pudo soportar la presión del terrorismo.

La lista de insultos, amenazas y agravios a la alcaldesa de Lizartza a lo largo de estos tres años ha sido extensa, desde la primera jornada en que tomó posesión de su cargo en medio de gritos de “cerda”, “ladrona” y “franquista”. Regina Otaola, que venía de la concejalía del PP de su Eibar natal, no se arredró. Restableció la legalidad colocando la bandera española junto a la ikurriña, retiró el retrato de la etarra Ignacia Ceberio que lucía tras el sillón municipal, borró las pintadas pro etarras y se puso a trabajar. Su aspiración era implantar “la libertad y el Estado de Derecho para todos”, además de arreglar zanjas. Su mensaje lo entendieron hasta los aldeanos silenciosos, que en privado mostraron su conformidad. Se encaraba a sus agresores con su rictus de gravedad que nunca borró la ternura. Hubo quien vociferó: “Regina, vas a morir”. Y se presentó ante el juez.

Ahora se va, dice, “harta de tragar quina”, después de quedar fuera de la ejecutiva del PP de Guipúzcoa el pasado otoño. Dice haber comprobado “en carne propia” que en la política -al contrario de en la épica- no hay amigos. Abandona, sí: “No quiero ninguna despedida. Si esto ha servido para ganar normalidad, me doy por satisfecha. Aquí nadie me dará trabajo; lo buscaré fuera”.

Su marcha es otra secuencia de las heridas abiertas en el PP vasco tras la dimisión de María San Gil y contrapone dos maneras de sentir la política. La de las estrategias de alcance frente a la que pone el acento en los principios; la inclinación pragmática frente a la bandera moral. Pero no es seguro que esta última vertiente, en solitario, apostara por el pacto sin contrapartidas con el PSE, sosteniendo el gobierno de cambio, aunque hubiera votado al nuevo lehendakari.

La marcha de Regina refleja la fragilidad de la política y cuestiona si la épica resistente tiene un corto recorrido, sólo para extremas circunstancias. En un país aún cercado por el miedo, el cierre de esta página en plena legislatura del cambio vasco irrumpe como aire helado y nos deja en la contradicción.

Chelo Aparicio

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