No hay motivo de escándalo ante el ejercicio de un derecho como el de huelga que, con carácter “general” fue anunciada ayer por el sindicato Comisiones Obreras, adelantándose a su socio en las negociaciones de la reforma laboral, UGT. Pero sí, naturalmente para la discrepancia, que incluye, en este caso, la negativa a aceptar, como opinan algunos opositores al Gobierno, que cualquier manifestación pública de protesta -y en concreto una de la gravedad de la huelga general- conviene por ser otro mecanismo de desgaste del presidente Rodríguez Zapatero, que hasta hace muy poco apoyó a los sindicatos, atendió sus reivindicaciones y, además, les pidió cariño.
Lo sorprendente de esta huelga es que no ofrece una alternativa ni una respuesta sindical a un diagnóstico del que participaron y que no es otro que el cúmulo de rigideces del sistema laboral vigente que afecta directa y negativamente a la competitividad, a la creación de empleo y la dualidad entre los empleos fijos y los precarios y temporales. Puestos a no dar su receta seria a la opinión pública, los sindicatos prefieren encuadrar la huelga en las movilizaciones europeas contra las medidas de ajuste del próximo mes de septiembre.
Sin dar una respuesta a un problema concreto de la economía española se van a encontrar, vía proyecto de ley, con una reforma más profunda que la ya anunciada en los guiones del Gobierno. La petición de ayuda a los grupos parlamentarios -y en concreto la solicitud de dureza a las propuestas de CiU- revelan que el Gobierno es consciente, por presión exterior o por haberse convencido de pronto de la realidad, de que ya no vale con paños calientes ni con reformas a medio gas. Un sistema anquilosado requiere un bisturí en el que las contemplaciones sean fruto del sentido común y no de las presiones o los miedos. Y eso tendremos en los próximos meses, con huelga antes o después, que parecen las dos únicas posibilidades.
Germán Yanke