sábado, noviembre 23, 2024
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Por alusiones

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Miren ustedes, señores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Respeto que anden por ahí levantando todo tipo de consideraciones sobre algo que yo mismo y mi familia conocemos muy bien después de casi 64 años recordando y analizando en privado, entre nosotros, sin estridencias ni nada semejante. Entiendo que muchos pidan justicia públicamente, no sé para qué, reparaciones “morales” y cosas por el estilo. Pero, por favor, no manipulen. O, al menos entérense bien de lo que dicen y hacen.

La historia exige rigor. Los acontecimientos vividos más. Y las palabras que ustedes han puesto en boca del señor Pedro Almodóvar, me merecen todo el respeto del mundo. Igual que la familia de Virgilio Leret, aviador, jefe de las fuerzas aéreas de la zona oriental de Marruecos, que en el amanecer del 18 de julio de 1936 fue, según sus argumentos, erróneos según la documentación que obra en mi poder, “el primer militar asesinado por cumplir con su deber”.

Pues miren ustedes. No. Se equivocan. El primer militar asesinado en la madrugada del 18 de julio de 1936 fue mi abuelo, y así lo reconocen los historiadores. El teniente coronel Ernesto Carratalá Cernuda fue abatido a tiros por los capitanes Álvarez Paz, Becerril y Pelegri cuando ordenó, en la unidad de Ingenieros situada en un cuartel de Zapadores de Campamento en las entonces afueras de Madrid, de la que era oficial en jefe, la entrega de armas a los milicianos que querían abortar el golpe de Estado que se estaba fraguando.

Ernesto Carratalá Cernuda, masón, miembro del Partido Socialista y de la Unión Militar Republicana, vecino de Francisco Largo Caballero y enemigo personal de Francisco Franco cuando ambos coincidieron en el Estado Mayor, se intentó defender con su arma reglamentaria. Hubo varias bajas en la refriega, pero lo que está claro es que los pocos que todavía viven y que fueron tristes testigos de lo ocurrido, entre ellos mi tío, el catedrático Ernesto Carratalá García (Memorias de un Piojo Republicano. Editorial Pamiela, 2007), consideran a mi abuelo el primer militar muerto en defensa de la Segunda República.

Lo que ocurre es que nosotros, mi familia, no vamos por ahí haciendo propaganda de un hecho que supuso un desgarro familiar, de mi abuela y de mis tíos, seis en total, algunos todavía bebés, marcados y marginados durante el franquismo. Nosotros no olvidamos en privado. Pero tampoco vamos por ahí dándonosla de héroes.

No queremos ni que Almodóvar, ni Bardem, ni Juan Diego, a los cuales respetamos en su oficio, ni ninguna asociación por muy legítimos que sean sus intereses, instrumentalicen a unas personas y unos hechos de los que, hace tiempo, hemos pasado página. ¿O es que con eso vamos a resolver el paro y la situación angustiosa de las miles de familias que sufren en sus carnes la dramática situación que vive España?

Yo soy agnóstico. Y estoy convencido de que mi abuelo no me ve desde ninguna parte. Vive en mi memoria, en la de mis hermanos y hermanas y en las de mis tíos, primos y sobrinos. Pero nada más. No queremos que nadie nos reivindique. Nosotros sabemos lo que sabemos y vivimos en paz y orgullosos. Pero nada más. No necesitamos que los Almodóvar, ni las asociaciones que toman semejantes iniciativas, le recuerden.

Pero también soy periodista. Y me gusta el rigor. De ahí que me haya atrevido a escribir estas líneas. Si hay que reivindicar la verdad, empecemos por ser rigurosos, señores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Con esta reflexión, su vídeo queda desacreditado.

Ernesto Carratalá

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