“Hay que mojarse”, dijo ayer a Mariano Rajoy el presidente del Gobierno. El líder del PP replicó a la acusación de falta de propuestas lanzando algunas: no subir impuestos, no subir el IVA, no congelar las pensiones, no reducir los sueldos de los funcionarios e incluir en la reforma laboral la formación y la negociación colectiva. Rodríguez Zapatero podía haber preguntado cómo se reduce entonces el déficit o pedirle que concrete sus referencias a la reforma laboral, pero insistió en lo de mojarse criticando que el PP se limite a instar al Gobierno a que haga esto o lo otro. Es cierto que las sugerencias de Rajoy no sirven, así formuladas, sin otras medidas alternativas, para resolver lo que los ciudadanos esperan que resuelvan los políticos, pero la repetición de la exigencia de mojarse no es sólo una oportunidad perdida en el debate, sino un síntoma de lo que, en estas graves circunstancias, está en el núcleo de la acción política del presidente.
Se puede estar de acuerdo o no con la estrategia del PP de callar en lo posible propuestas que causen resquemor o supongan sacrificios para unos u otros. Se puede pensar, como pienso yo, que los ciudadanos no son menores de edad ni ajenos a la realidad y los razonamientos y que un programa para salir de la crisis coherente y bien explicado tendría más adeptos que recelosos hay hoy ante determinados silencios o ante algunas actitudes a la contra un tanto populistas. Lo que no se puede hacer es pretender que la oposición, con quince diputados menos que el PSOE y sin estar en el Gobierno, gobierne ahora o se moje como si el equipo de Rodríguez Zapatero no existiese. Se puede confiar o no, insisto, en la capacidad del PP para llevar a cabo una alternativa a la política del Gobierno, pero tiene razón Rajoy, a la vista de lo que va ocurriendo, cuando recela de que, por ejemplo en la reforma de las pensiones, el presidente vaya a buscar lo que se puede entender por un consenso serio. En esto como en tantas otras cosas en las que el planteamiento gubernamental es solicitar adhesiones y, si no las hay, tachar al discrepante de insolidario o antipatriota.
Sobre el consenso se dicen muchas simplezas, seguramente por considerarlo una adhesión más que un esfuerzo negociador, y, así, si no la presta el PP es una vergüenza y si no la prestan los grupos de la izquierda o los sindicatos se convierte en algo comprensible. Pero si se considera que, por la gravedad del asunto, es preciso el entendimiento, el primer responsable es el Gobierno, que debe calibrar sus propuestas, negociar, explicar y escuchar, ceder y razonar conjuntamente con los demás. Por la importancia de los asuntos y por la necesaria estabilidad que, en estos momentos, precisa la acción de gobierno.
Se ha hablado mucho del apoyo de los conservadores portugueses al presidente Sócrates. Es muy loable. Tanto como la actitud negociadora y de búsqueda seria del consenso sostenida previamente por el dirigente socialista del país vecino. No tiene nada que ver, desde luego, con lo que ha ocurrido aquí. También en los acuerdos, y no sólo en las decisiones, el primero que tiene que mojarse es el Gobierno.
Germán Yanke