Mientras el Grupo de los 20 realiza los preparativos con motivo de su cumbre económica este fin de semana en Toronto, el ánimo es tal que habría sorprendido a muchos observadores hace un año: Estados Unidos lleva una vez más la batuta de la política económica global, con China emergiendo como socio fuerte.
Hace un año, China dudaba de haber hecho la apuesta ganadora al confiar en Estados Unidos para dirigir el sistema económico global. La recesión financiera del 2008 fue tan catastrófica que los chinos temían que la arquitectura financiera levantada por Estados Unidos estuviera, de forma bastante literal, fuera de control.
Restaurar la confianza en la solidez de la economía mundial -especialmente entre los dirigentes de Pekín- se ha encontrado entre los exámenes más importantes de la Administración Obama durante el último año, por encima de contener mareas negras o incluso combatir a los talibanes. Y en un grado mayor del que los escépticos pensaron posible, la operación estadounidense de rescate ha sido fructífera. «Funcionó», anuncia a los cuatro vientos el presidente Obama en el párrafo de introducción de su misiva fechada el 16 junio dirigida a sus homólogos del G-20 asistentes a la cumbre.
El respaldo más firme a esta opinión llegaba desde China, en su decisión el pasado fin de semana de permitir una mayor flexibilidad en el cambio de su divisa, el renminbí. China venía mostrándose reticente a dar este paso hasta la fecha porque no estaba segura del tiempo que iban a durar los achaques financieros.
La decisión del tipo de cambio de China debe ser interpretada como una certificación de que los mercados globales se están estabilizando ya, defienden funcionarios estadounidenses. Sí, es sólo un salvavidas parcial, y los beneficios para Estados Unidos se van a ver contrarrestados por la acusada caída del euro durante las últimas semanas, que podría convertir a Alemania en la nueva amenaza comercial, reemplazando a China como gestor de superávits desestabilizadores. Pero es un punto de partida.
Los chinos parecen haber aceptado los argumentos estadounidenses que apuntaban que su economía orientada a la exportación no es estable a largo plazo. La nueva consigna de los chinos es «crecimiento equilibrado», según apuntan funcionarios estadounidenses. Para impulsar la demanda nacional y depender menos de la exportación, Pekín presentaba un colosal programa de estímulo económico a finales del 2008. Ahora llega la decisión de liberar parcialmente la cotización de su divisa de su cambio paritario con el dólar, lo que con el tiempo encarecerá las exportaciones chinas y abaratará las importaciones -y reducirá de esta forma el enorme superávit comercial de China-.
Lo alentador es que China parece dispuesta a una asociación más amplia con Washington en cuestiones económicas y políticas. Ése es el mensaje del anuncio de China este mes de respaldar una nueva ronda de sanciones económicas en Naciones Unidas contra Irán. Pekín llegó a la conclusión de que no revierte en interés de China distanciarse del consenso global contrario a que Irán obtenga armas nucleares. China se perfila cada vez más como fiduciario de la seguridad global, creen con certeza funcionarios estadounidenses.
Un importante canal de Obama con Pekín ha sido Henry Kissinger, el ex secretario de Estado que mantiene relaciones estrechas con la cúpula china. Por casualidad, el secretario del Tesoro, Tim Geithner, trabajó en tiempos con Kissinger y mantiene con él un contacto regular. De forma que cuando los chinos quieren una explicación de alguna estrategia estadounidense, Kissinger puede decirles con gravedad que Estados Unidos quiere a China como socio en la construcción del marco económico y de seguridad global durante la próxima década. Ésa es una renuncia que el remiso Pekín puede estar por fin dispuesto a realizar.
La crisis de la deuda europea surgida en mayo fue el recordatorio de lo convaleciente que sigue estando el sistema financiero. Los europeos venían siendo culpables de schadenfreude un año atrás, reprendiendo a Estados Unidos por sus bandazos en la crisis de las hipotecas de riesgo -y pasando por alto de forma voluntaria las propias debilidades financieras de Europa-.
La Unión Europea dispone ahora de un programa de rescate billonario para rescatar a Grecia, España y el resto de naciones lastradas por la deuda. Y ha seguido a Estados Unidos en la realización de pruebas de solvencia a sus instituciones bancarias más relevantes, de forma que los inversores tengan mayor confianza en que su dinero está seguro. En los últimos días, suscribiendo estas políticas de corte estadounidense, los europeos han dado imagen de estar cerrando un capítulo.
Estaba de moda hace un año hablar de la era postamericana, y del derrumbe del «consenso de Washington» sobre la globalización y los mercados libres. Pero durante el último año, el mundo ha cerrado filas tras resistentes instituciones financieras estadounidenses y el enfoque estadounidense de gestión económica. Gran parte de la necesaria labor de reparación se ha hecho ya, con una molesta excepción -la ausencia de un plan sólido a largo plazo para controlar el déficit-. Con suerte, es lo siguiente.
Obama se lleva un mérito escaso por el éxito económico a nivel nacional, donde la tasa de paro sigue siendo sorprendentemente elevada. Pero si escucha con atención a Toronto, escuchará algunos suspiros de alivio, incluyendo los de algunas importantes voces chinas.
© 2010, The Washington Post Writers Group
David Ignatius