lunes, noviembre 25, 2024
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No saben hablar en público

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Una de las facetas más brillantes de un político es hablar en público. Pero aquí casi nadie la tiene pulida. De vez en cuando me pongo a ver por televisión los debates parlamentarios. Los políticos se sitúan en el estrado, despliegan su papel y leen. Sus discursos son muy aburridos. Parecen abogados defendiendo una tesis doctoral sobre la Constitución de 1812. El tono de voz es adormilante. Su vocabulario está archimanoseado. No sé por qué, creo que por nerviosismo, todos tienen la manía de manipular los dos micrófonos, pero al final siempre los dejan en el mismo sitio.

Dado que la cámara de televisión está en un punto elevado, cuando leen, dan la impresión de estar ocultando algo, pues ante el punto de vista del telespectador son señores cabizbajos. Son incapaces de improvisar o de hablar de forma espontánea. Mark Twain se ganaba la vida escribiendo y dando charlas. Empezó leyendo papeles, pero se dio cuenta de que eso era “una chapuza”. En su autobiografía (Espasa, colección Órbitas) lo cuenta así: “Las cosas escritas no son para decirlas en voz alta; su forma es literaria. Son rígidas, inflexibles y no se prestan a un resultado feliz y efectivo al emplear la lengua hablada, donde su propósito es meramente entretener, no instruir. Tienen que hacerse elásticas, romperse, resultar coloquiales y convertirse en las formas corrientes de la charla impremeditada. Porque si no, aburrirán a la sala, no la divertirán”.

Twain se aprendía de memoria algunos pasajes que tenía que recitar en público y el resto lo dejaba a su imaginación.

¿Y nuestros políticos? Salvo casos raros como Uxue Barcos (Nafarroa Bai), que habla sin guión y mira a su audiencia, o el de algunos políticos del PP, PSOE y CiU, que están todo el día de pelea dialéctica, el resto de sus señorías suben allí muertos de miedo. Son como niños que recitan una lección y quieren huir.

Supongo que han tomado lecciones de oratoria, pero no basta con aprenderlas, hay que practicarlas. Ante un espejo, una cámara o una grabadora. Practicar una y otra vez.

Y aprender trucos. Las pausas, los silencios, las anécdotas, los cambios de volumen y de tono. Y un buen contenido, por supuesto, un discurso fuera de lo común. Es la mejor forma de comunicarse con el pueblo porque, aunque no sean los programas de televisión más vistos, un político que sepa hablar en público capta la atención de las cámaras y de los periodistas y luego sale en los telediarios. Pero aquí casi nadie sabe dar la cara.

Al final, me aburren tanto que me pongo a ver a los traductores de lenguaje de signos que aparecen en un recuadro del televisor. Trato de descubrir cómo convierten las palabras de los políticos en gestos. Y ¿saben cómo se representa “no dar la cara”? Ponen la cabeza de lado y la tapan con la palma de la mano.

Carlos Salas

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