“Desde aquí te lo digo, Pepe, apoyaré el Estatuto que salga del Parlamento de Cataluña”. Y Cataluña se vino abajo. Seamos claros, aquella frase de José Luis Rodríguez Zapatero fue una fantasmada en toda regla. Una promesa que parecía gratis, que ha acabado saliendo cara y que disparará su precio de aquí a las elecciones catalanas. El presidente del Gobierno apoyó el texto sabiendo que a otros les tocaría luego el famoso cepillado que le devolviera la constitucionalidad. Y los partidos catalanes se enzarzaron en una carrera para pedir peras al olmo. El resultado fue un Estatut que ninguna garganta del Tribunal Constitucional podía tragarse entero.
¿Quién ha jugado limpio en esta historia? Zapatero no. Que se lo pregunten a CiU, que salió de la Moncloa confiado en un pacto que luego comprobó que no era real. Claro que la formación de Artur Mas y Josep Antoni Duran i Lleida no puso pegas a eso de pactar a espaldas del president de la Generalitat. Montilla fue de los que apretó el paso y tampoco intentó poner cordura. Nadie quería parecer menos nacionalista que el vecino.
Qué decir del PP. Aún pagará durante muchos años su actitud durante la tramitación. Recabó firmas como si sirvieran para algo y aún acumulan polvo en los almacenes del Congreso. Azuzó los peores instintos, organizó protestas en la Puerta del Sol y hasta llegó a establecer peligrosas comparaciones con el mundo terrorista cuando Ángel Acebes dijo que ETA era la “tutora” del Estatut.
La mejor muestra de la actitud de los conservadores fue la llamada “cláusula Camps”. Consistió en poner a los catalanes a caer de un burro y a incluir en su Estatuto gran parte de lo que criticaban mientras se aseguraban que podrían reclamar esas competencias en el futuro. El conseller de Gobernación ya ha dicho que lo va a hacer. Y la cúpula del PP nacional, que tuvo mucho que ver con la inclusión de esa cláusula, ahora se sorprende de no haber sido consultada. Y ahora Cataluña se viene abajo.
Luz Sanchis