Parecería un chiste malo, pero los lunes uno tiene ganas de ponerse al sol después de escuchar el soliloquio de De Cospedal. Salir al sol y recobrar la esperanza de la vida- tan derrotada tras la filípica y la arenga-, esa hermosa promesa de felicidad que la luz del verano nos regala para animarnos y devolvernos la confianza en nuestros buenos propósitos entre tanta malignidad. Un lindo trayecto aquél que va de la pantalla meliflua donde habita De Cospedal y el dulce ensueño del estío, la estación más deseada.
Porque si no lo hacemos, entonces, caeremos en la lánguida agonía y en el silencio agudo del tormento. Padeceremos la terrible densidad de un aire empalagoso y la angustia, un sentimiento de ansiedad incontrolado, se tornará necesidad y deseo de huida. De Cospedal es, sobre todas las cosas, una mujer motivadora. Y la mujer motivadora que es De Cospedal, habla, con un fondo azul cielo ilusi n y contento, de las cosas de su partido. No de los asuntos políticos de su partido. Sólo de las cosas. Cosas propias de ellos mismos, vaya; se supone.
Aunque ella crea, en verdad, que habla de las cosas que nos preocupan a los españoles. Porque ella sabe y lo sabe bien, cuales son unos y cuales son otros, aquellos temas del temario político social – como la brigada de antes – que tanto nos interesan. Es ella la que decide nuestras preocupaciones mientras encara el microfonillo moderno ante su público mediático y nos lanza mensajes. A nosotros, si. Nos lanza mensajes azul oportunidad. Con revuelo en la parroquia cuando agita pañuelo palestino y levanta el puño enigmático con un solo de lenguaje revolucionario o, más bien, revoltoso, que no rebelde, que ese es menester de la lideresa.
De Cospedal, con su fondo permanente verano artificial – pronto sustituible por un auténtico y merecido azul verano marbellí- “mensajea” a la audiencia como masajea el personal de un spa a la clientela o “barajea” las cartas el tabernero en una partida chinchonera de mus. Nos “mensajea” y nos advierte con sus mensajes de las maldades, las intrigas, las conspiraciones, las manipulaciones, las indecencias, las obstrucciones, los abusos, la utilización interesada, las arbitrariedades que los socialistas, por el mero hecho de ser los socialistas, hacen con maldad intrínseca a la humanidad y a los humanos españoles en particular, que es a quienes les quieren quitar hasta la patria.
De Cospedal, delante de un fondo azul mañana será nuestro momento, que colocaron en la sala de prensa del PP los expertos comunicadores y organizadores de la comunicación experta, nos habla de los tejemanejes de los politiquillos interesadillos y beneficiarios de la era socialista. Ella no habla de trajes ni gurteles, habla de intrigas palaciegas, turbulencias entre las alfombras ministeriales; No de Matas y sus manías acumuladoras: habla de espías, pero sólo de los que espían lejos de casa. No de los espías caseros, que esos todos son a prueba de emociones azul popular.
De Cospedal no quiere que su chico pase los lunes al sol. Lo ha contado el expresidente de la caja castellano manchega. De Cospedal quiere hablarnos con mensajes azules de motivación popular, supongo, lo que no es otra cosa que hacer como Gil Robles: construir la campaña electoral con un propósito indecente e inviable, ¡a por los 300!, decía el político católico en juego de cifras democráticamente imposible. De Cospedal dice ¡A por los cinco millones de parados!, pero no con mi chico en la procesión, que él merece una azul oportunidad aunque gobiernen los de rojo. ¡Estaría bueno! Ni que fuera lo mismo su azul espectacular derecho a maliciar en la tribuna y colocar a su propio en la trastienda, que el de los demás a privarnos de su rollo macilento y ocre cuando encendemos la pantalla, los lunes antes de salir corriendo a recuperar la alegría sin necesidad de un baño popular de esta reina del nepote y el horterísimo azul marbellí.
No se quejen: un parado menos, se dirá con azul sonrisa.
Rafael García Rico