miércoles, noviembre 27, 2024
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Tocar el palo maquiavélico

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Los dos maestros estadounidenses modernos de la diplomacia Maquiavélica, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, practicaron de forma independiente sus artes en momentos comparables al que vivimos — mientras el país sufría reveses en medio de la guerra y pérdida de confianza en su dirección política.

De manera que es un ejercicio mental interesante imaginar la forma en que jugaría la mano diplomática de América hoy un asesor de seguridad nacional con el estilo diplomático criptográfico ajeno a los canales habituales de un Kissinger o un Brzezinski. Por si acaso, no estoy sugiriendo qué políticas recomendarían realmente estos dos, sino más bien qué enfoque diplomático más creativo se les podría ocurrir en un momento de dificultades.

Cuando digo «creativo», lo que quiero decir en parte es taimado. Tanto Kissinger como Brzezinski no siempre manifestaban en público lo que estaban haciendo en privado. Tras la guerra árabe-israelí de 1973, Kissinger abrió un canal secreto de Inteligencia con la Organización Para la Liberación de Palestina al mismo tiempo que la declaraba grupo terrorista y se negaba a su reconocimiento. Conversaciones secretas parecidas rodearon al proceso de paz árabe-israelí entero.

No todas las intrigas de Kissinger tuvieron éxito: Dio sus bendiciones a una intervención siria en la guerra civil libanesa de 1976 para ayudar a los cristianos contra la OLP que presumiblemente sigue dando problemas. Pero creó margen y opciones a una América que por lo demás se había visto debilitada por la Guerra de Vietnam.

También Brzezinski era aficionado a esconder la mano y añadió eso a la presidencia a la deriva de Jimmy Carter. Cuando una consolidada Unión Soviética invadía Afganistán, Brzezinski diseñó una alianza secreta de Inteligencia con China y Pakistán para tener controlados a los soviéticos. También en esto convivimos con algunas de las consecuencias negativas. Pero hay que decir que la Unión Soviética ya no existe.

Veamos cómo se aplicaría este enfoque hoy en cuatro terrenos problemáticos: Irak, el caos árabe-israelí, el punto muerto de las conversaciones India-Pakistán y la etapa final de los acontecimientos en Afganistán. De nuevo, quiero destacar que estas jugadas son del gusto de los venerables estrategas pero no necesariamente lo que defenderían hoy.

Irak es un lugar en el que América, habiendo librado una guerra caótica, tiene que orientar el resultado político con el mínimo recurso de la fuerza. Es un lugar donde es de esperar que la CIA haya estado haciendo contactos y amigos, y donde un embajador estadounidense fuerte será esencial. Es bueno que el Vicepresidente Biden pasara allí el fin de semana del Cuatro de Julio, alentando la formación de una administración nueva. Se reunió con todos los partidos adecuados; ahora el nuevo embajador, Jim Jeffrey, y él tienen que manejar esas riendas con resolución.

El problema palestino es uno de los que espero que Estados Unidos esté manteniendo algunos contactos diplomáticos secretos -con Israel, Siria, el Líbano, Jordania, Egipto, la Autoridad Palestina y, sí, hasta con Hamás. Cuando el camino fácil parece bloqueado, es hora de experimentar con los caminos secundarios. La historia nos dice que cuando América mantiene contactos secretos con los grupos que rechazan la existencia de Israel, se dividen; eso es lo que sucedió con la OLP en 1974.

El estancamiento de las conversaciones India-Pakistán viene siendo desde hace años la casilla del «para nota». Pero al igual que con las negociaciones de la década de los años 90 entre Gran Bretaña y el Ejército Republicano Irlandés en torno a Irlanda del Norte, América puede alentar sutilmente contactos de mayor relevancia entre las dos partes –y facilitar el intercambio de información de Inteligencia sobre contraterrorismo e información militar que será esencial a la hora de fomentar la confianza. El Primer Ministro de la India Singh quiere un acuerdo; Estados Unidos debe alentar maniobras recíprocas por parte de Pakistán que garanticen la seguridad de ambos países.

Por último, está el refinado desafío estratégico de Afganistán. La llegada del General David Petraeus es un «ingrediente secreto» útil allí. Hará que los talibanes se piensen dos veces el postulado por lo demás inestable de que Estados Unidos y sus aliados saben invertir la tendencia favorable del enemigo en el campo de batalla.

Pero la verdadera prueba de fuego serán los contactos ajenos a los canales de costumbre con los enemigos reconciliables — algo en lo que Petraeus se convirtió en un erudito en Irak. La administración Obama tiene que decidir el tipo de resultado que quiere, y a continuación utilizar cada herramienta de poder — directa y encubierta, diplomática y militar — para alcanzarlo. Los contactos secretos con elementos de los talibanes serán especialmente útiles si son capaces de fomentar de forma gradual la confianza en lo que cada una de las partes puede cumplir.

Tal vez todos estos mecanismos diplomáticos estén funcionando ya. Va en la naturaleza secreta de la diplomacia fructífera que no se puede conocer su labor hasta que ha terminado — y puede que ni siquiera entonces. Pero si alguna vez hubo un momento en el que un agotado Estados Unidos necesitó de un estratega astuto para explorar opciones, es éste.

Quién sabrá interpretar este papel exactamente de entre el reparto actual de personajes en la administración no es evidente, y ése es un problema que el Presidente debería abordar.

David Ignatius

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