Una bandera israelí azul y blanca pende de Blair House. A través de la Avenida de Pennsylvania, la bandera de EEUU ocupa su lugar habitual en lo alto de la Casa Blanca.
Pero para plasmar el verdadero significado de la visita del Primer Ministro Binyamin Netanyahu al presidente Obama, los funcionarios de la Casa Blanca podrían haber puesto en su lugar la bandera blanca de rendición.
Hace cuatro meses, la administración Obama tomó la decisión políticamente peligrosa de condenar a Israel por un nuevo asentamiento polémico. El colectivo pro-Israel se cabreó, Netanyahu denunció las acciones del gobierno, los líderes Republicanos se alinearon con Netanyahu, y los Demócratas se pusieron a cubierto.
De manera que el martes, Obama, aleccionado y humillado por su homólogo israelí, invitaba a Netanyahu en la Casa Blanca con motivo de lo que podría llamarse Encuentro Oil of Olay: salvar la cara como sea.
El presidente, radiante en el Despacho Oval junto a un severo Netanyahu, se explayaba acerca de «la extraordinaria amistad entre nuestros dos países». Interpretó el número completo del cortejo pro-Israel: «el vínculo entre Israel y Estados Unidos es irrompible»… «Saludo gratamente al Primer Ministro Netanyahu» … «nuestros dos países trabajan en cooperación»… «inamovibles en nuestro compromiso»… «nuestra relación se ha ampliado»… «sigue avanzando»… «estamos comprometidos con ese vínculo tan especial y vamos a hacer lo que haga falta para demostrarlo».
Un periodista israelí intentaba bajar del carro al efusivo estadounidense: «Señor Presidente, durante el último año, usted se distanció de Israel y dispensó un frío recibimiento al primer ministro. ¿Cree que esta política fue un error?… ¿Confía ahora en el Primer Ministro Netanyahu?»
Obama asumía una sonrisa divertida. «Bien, déjeme empezar diciendo que la premisa de su pregunta es errónea, que discrepo por completo de ella». Dijo que siempre había incurrido en «la constante reafirmación de la relación especial» con Israel, y «confío en el Primer Ministro Netanyahu desde que le conocí antes de ser elegido presidente».
¿Pero entonces qué hay de Hillary Clinton llamando «insultante» a la acción de asentamiento de Israel y del Departamento de Estado acusando a Israel de enviar «una señal profundamente negativa» que «socava la confianza y la sintonía en el proceso de paz y en los intereses de América»? Lo debe de haber soñado.
Obama llegó al cargo con una esperanza admirable de reanudar los esfuerzos de paz en Oriente Medio apelando al mundo árabe y posicionándose como un mediador más centrado. Pero ahora ha descubierto la dolorosa lección de que la política nacional no permite una postura así.
En la Avenida de Pennsylvania frente a la Casa Blanca el martes, un grupo de activistas de izquierdas protestaba por lo que muchos de ellos consideran una traición.
«Queremos pedir a Obama que se mantenga firme por una vez, que vertebre su invertebrada espalda y se dirija a Netanyahu en términos nada inciertos», berreaba el manifestante Ray McGovern por un altavoz.
Obama, añadía, es «un presidente que según todos los indicios es lo que en el Bronx llamamos ‘un endeble’: una persona que no se mantiene firme en lo que considera correcto».
Antes incluso de la rendición a Netanyahu por parte de Obama, los musulmanes perdían la fe en que vaya a ser la figura transformadora que se dirigió a ellos el año pasado desde El Cairo.
Una encuesta del Pew Research Center realizada el mes pasado concluía que el porcentaje de musulmanes que expresa confianza en Obama bajaba del 41% al 31% en Egipto y del 33% al 23% en Turquía.
Obama desairó a Netanyahu en su última reunión, poco después del anuncio de Israel durante una visita del Vicepresidente Biden de que construirá nuevas viviendas en una zona en disputa de Jerusalén.
No se facilitaron declaraciones ni fotografías del encuentro. Pero Israel no se bajó de la burra, y tampoco escuchó las peticiones de la administración de utilizar «cautela y contención» antes de la letal incursión de militares israelíes en una flotilla de ayuda para Gaza.
En esta ocasión, el presidente no ofreció ninguna crítica al estado judío. Ni siquiera mencionó los asentamientos de Israel hasta que un periodista preguntó — y entonces se negó a decir que Israel debía ampliar una moratoria a la construcción de asentamientos que caduca en septiembre.
«Bien, acabo de terminar un excelente encuentro con el Primer Ministro Netanyahu», comenzaba Obama. Para aquellos que se lo habían perdido, al final añadía: «En suma quiero añadir simplemente, una vez más, que creo que el debate que hemos mantenido fue excelente».
Netanyahu parecía complacido con el gesto. «Parafraseando a Mark Twain», decía, «las informaciones acerca de la ruptura de la relación especial Estados Unidos-Israel no son sólo prematuras, son totalmente erróneas».
Dana Milbank