Yo quiero vivir en un país en el que los delincuentes vayan a la cárcel. Quiero pasar mi vida en un lugar que no sea un paraíso para los que incumplen la ley. Me gusta pertenecer a una sociedad que se vanagloria de perseguir a los que se apropian de lo ajeno. Es un orgullo tener una policía que no se amilana ante los poderes, y llega hasta el final en sus investigaciones, caiga quien caiga. Da gusto ver la televisión, y saber que los presuntos corruptos están siendo acosados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sin tregua. La España de la que quiero hablar a mis amigos extranjeros no se avergüenza de los garbanzos negros, ni los protege, ni los justifica. Simplemente, no los tolera. El país unido que vibra frente a los televisores viendo a Puyol llevar a la selección nacional, «La Roja», a su primera final de una Copa del Mundo, tiene mucho más sentido común que algunos de sus representantes. No olvida. No sufre de amnesia electoral. Se guardará su opinión encerrada en el sobre del voto, sí, pero emitirá un sufragio en consecuencia. El país en el que vivimos no dejará que se mancille el nombre de sus instituciones para sepultar las vergüenzas coyunturales de ningún partido político, por mucho que éstas parezcan ya estructurales. En ninguna ciudad, pueblo o aldea, desde Valencia hasta Mallorca, desde Canarias a Boadilla del Monte, existe una sola persona que no se sienta defraudada ante quienes se aprovechan de la confianza que el pueblo les brinda para otros fines que no sean los de trabajar por aquellos a los que se representa. En ningún lugar pueden creer que la lotería de navidad toque tan a menudo. No existen sitios en los que se ata a los perros con longanizas, por mucho que una escobilla para el baño pueda llegar a costar tanto como un fin de semana en Alicante. Nadie le está haciendo un traje al Estado de Derecho. Es a través de las costuras por donde se han colado muchos presuntos para cometer otros tantos presuntos. Porque hay que decir presuntos. Porque eso es el Estado de Derecho. Porque aquí todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, y la Real Academia Española dice que un imputado es contra quien se dirige un proceso penal, y penales son las acciones destinadas a perseguir crímenes o delitos. Y todo huele tan mal, y todo es tan repetitivo y casino, que parece que ya no pasa nada. Uno más. Pero no. El país irreal que dibuja el mapa de las imputaciones no existe. Vivimos en otro sitio. Somos mejores. No nos representan.
Ion Antolín Llorente