Salió a la tribuna por la mañana uno de los duelistas, el presidente Rodríguez Zapatero, y movió mucho la espada aunque, a la postre, ni corrigiera en ningún momento la posición (ni la pasada ni la de la jornada) ni presentara ningún movimiento nuevo con el florete, ningún avance, ninguna estrategia organizada para salir airoso. Todo bien, parecía el mensaje, y lo que queda pendiente está previsto. Terminó su primera actuación, un tanto de salón, y todos los representantes de los grupos parlamentarios coincidieron en eso, en que aquello era cosa de salón, en que el presidente parecía estar fuera de la realidad. Si había tocado algo era su propio pie, como quien dice, ya que representaba todo lo contrario de lo que había sido su doctrina hasta hace apenas un par de meses.
Por la tarde le tocó el turno a otro duelista y, más que utilizar el florete, se diría que lo dejó a un lado y, mirando al público, se empeñó en demostrar lo mismo, que su adversario movía el arma en el aire, que si hería a alguien era a si mismo, que no hay modo de confiar en él y que ya iba siendo hora de que se diera cuenta y convocara elecciones anticipadas. Era la primera vez que lo sugería precisamente él, dicen los cronistas pero es ya vieja doctrina que, para Rajoy, la concreción más evidente es que, para resolver las cosas, es mejor insistir en lo que sobra (el presidente desacreditado) que en lo que falta (un programa alternativo). Sobre este habló el líder de la Oposición directamente al presidente aludiendo a lo que le había dicho verbalmente y por escrito, pero los ciudadanos no merecieron conocer en tan magna sesión algún detalle que alumbrara esperanzas. El mensaje era claro: el problema es Rodríguez Zapatero.
Un detalle para estudio de los estrategas políticos. Rajoy criticó, como ya había hecho antes, la congelación de las pensiones por dos motivos. Uno, la quiebra del Pacto de Toledo, que es una evidencia y que demuestra que el Gobierno pide más apoyo que muestras da de consenso y respeto a lo acordado. Dos, que, con todo, el recorte no va más allá de 1.500 millones, como si no se hubieran podido recortar en otras partidas. ¿Qué efecto habría tenido si Rajoy, en este punto, hubiera añadido una propuesta alternativa de ahorro por cantidad similar a la citada? Los estrategas del PP parecen pensar que esa actitud es contraproducente. Yo no logro entenderlo.
Volvió a la tribuna el primer duelista y los que pensaban que era su momento tuvieron de nuevo que desilusionarse. Que si la mala imagen de España es culpa del PP (como si Europa y el mundo no estuvieran juzgando duramente la política del Gobierno), que si Rajoy no concreta ni propone (como si lo hubiese hecho él, que gobierna, en vez de callarse los sacrificios que asegura se tendrán que hacer en los Presupuestos de 2011), que si lo que tenía que hacer es presentar una moción de censura (como si no se hubiera presentado él como si se tratara de una sesión –vacía del contenido- de nueva investidura, que si el PP piensa en las elecciones y atiende a sus objetivos partidistas (como si el presidente no se hubiese lanzado a pedir el apoyo de CiU a cambio de un sorprendente “lo de la sentencia del Estatuto lo arreglo yo por otros medios). Si esta vez no se hirió, la espada siguió danzando por el aire.
En definitiva, todo tan vacuo y repetido que el perdedor del duelo fue Rodríguez Zapatero porque, se ponga como se ponga, se le percibe lento, contradictorio, dudoso y responsable de una malísima gestión de la crisis económica. Llegaba ya como perdedor y no cambio la tendencia. Lo que perdió Rajoy es una oportunidad, al de subirse a la tribuna como si ya no hubiera vuelta atrás y fuese, desde hoy, el futuro presidente del Gobierno.
Germán Yanke