Si el medido discurso de Zapatero en este debate sobre el Estado de la nación «tengo otro tono, lo reconozco» -decía de sí mismo el presidente en su réplica a Rajoy- no convenció en modo alguno al líder del principal partido de la oposición, queda en la duda si hizo mella entre el conjunto de la ciudadanía, en plena euforia por la «alegría colectiva» (en palabras de Zapatero), y deseosa de exorcizar los nubarrones de la crisis con la victoria de la Selección.
Zapatero exhibió en su discurso un talante moderado, con guiños a los nacionalistas –especialmente a los catalanes- y a la izquierda. Se sintió un poco «Del Bosque», susurraban desde las tribunas, e hizo, quizás, una asociación no explícita con el éxito, aludiéndolo sin usurparlo. Pero los artificios no funcionaron en el debate. Ni ante Rajoy, su principal rival, que no le creyó, ni ante el dolorido portavoz de CiU. Sólo faltaba la desazón catalana entre los vaivenes de la legislatura. Rajoy le pidió reiteradamente la disolución de las Cámaras y las elecciones anticipadas: «Que hable la gente. Esto no da más de sí», sentenció tras desgranar su áspero análisis sobre la gestión de la crisis. «No da más de sí», añadía después el portavoz del PNV, Josu Erkoreka. «¿Estaremos todos equivocados?», se preguntó.
El presidente había expuesto algunas ideas, como la de reforzar su proximidad con los sindicatos: «que nadie espere (su) debilitamiento», clamaba, o la de abordar el desarrollo legislativo de los preceptos del Estatut, anulados por el Tribunal Constitucional. También la reforma de las pensiones con la ampliación de la vida laboral. Después, su relato sobre la crisis se aderezó con un nuevo tono, en búsqueda de la credibilidad perdida. «Yo quiero todo eso para mi país: prosperidad, empleo y políticas sociales». «Ésta es una tarea de país, una ambición de país», dijo tras apelar al «esfuerzo colectivo», que precedió a una larga serie de recomendaciones retóricas dichas con énfasis. : «Es necesario»…que volvamos a crecer, que trabajemos más y mejor, etcétera. Se notaron los consejos del teórico de referencia de la izquierda americana (y española), George Lakoff, en fechas recientes. El neurolingüista le advirtió de que el cambio de rumbo «podía costarle muy caro» si no recuperaba la credibilidad.
Rajoy se desprendió del envoltorio. Le espetó sin ambages que él era un obstáculo, un tapón para la recuperación. Y ya fuera del mesurado discurso inicial, Zapatero le devolvió la pulla, reconfortado por los suyos: «Reconozco que he perdido la confianza (entre el electorado) pero no está usted para echar cohetes», le dijo airoso.
Pero la carga de artillería llegaría con Durán. El otrora centrista, defensor de los consensos, se mostró implacable, y sentenció graves sentencias de ruptura del pacto constitucional. Ni el fuego cruzado entre los dos principales contendientes, en pleno ecuador de la legislatura, alcanzó tal dramatismo. «O se acepta a España tal como es – o sea, con el reconocimiento a la soberanía catalana- o España no tiene futuro», aseguró. También vaticinó el convergente que el problema de Cataluña, «generado por la sentencia del TC, subsistirá». «¿Cómo se puede sostener –proseguía- que el autogobierno o la autonomía catalana emanan de la Constitución? Duran i Lleida atribuyó al TC el papel de «separador» y adoptó el papel de víctima en su representación política. Advirtió también de que la sentencia ha desatado el independentismo, aunque ello, naturalmente –dijo-, no va con su criterio. Con matices, diferenció la posición del PSOE, al aprobar el texto autonómico, de la del PP, al recurrirlo, pero recordó que algunas interpretaciones del PSOE en el Congreso fueron más lejos que el TC. Fue el relato de la incomprensión. Ni Azaña ni Ortega; ni Zapatero ni Rajoy, vino a decir. La crisis del Estatut se mostró cual herida abierta y restó eco a los aprietos económicos y a la fiesta del Mundial.
Por momentos volvió a ser el mismo, pero debió de ser la doctrina Lakoff la que pulió su actitud, pues ya le advirtió el teórico de la izquierda que, tras el drástico giro, era esencial para el líder socialista recuperar su credibilidad. «Zapatero tiene que dejar muy claro cuales son los valores morales, y si ese cambio en sus políticas es coherente con los valores que defiende.». Aun más: «Creo que Zapatero necesita decir exactamente lo que cree y explicar por qué han cambiado las políticas. Si no consigue ser creíble, tendrá un problema», aseguró. Si su talante en el Debate no fue una estrategia, lo pareció.
Chelo Aparicio