domingo, noviembre 24, 2024
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Los controladores descontrolados

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Cuando hablamos de los sectores privilegiados no sólo debe acudir a nuestra cabeza la imagen de los personajes de postín que se retratan en sus mansiones para las revistas de papel cuché o esos otros multimillonarios que, como Agag, se pasean por los contornos de mundo con la misma familiaridad que usted baja a comprar tabaco al bar de la esquina. No. No es que haya muchos más. Es cierto. Pero debemos fijar nuestra atención en un sector laboral – que labora esencialmente menos que la mitad de la media – y que cobra cantidades que están fuera de lugar en el balance de cualquier empres razonable o con ánimo de ser, como se dice tanto ahora, muy competitiva.


La mente debe prepararnos para “visualizar” la imagen de un controlador aéreo. Un hombre o una mujer que realizan a lo largo del año jornadas por un total de no mucho más de 1200 horas y que cobran las horas extra a precios que dejan como pelusilla de butaca  los que nos cobran los cerrajeros cualquier día por la noche para abrirnos la puerta de casa tras dejarnos, otra vez, la llave dentro.


Pero la verdad es que no tiene gracia el descaro del oportunismo de unos profesionales que creen que el mundo gira en torno a sus intereses. Hace pocos días la polémica estallaba por una huelga de metro en Madrid que trastornaba a los hombres y mujeres que lo usan para atender sus necesidades de transporte más primarias. Entonces, los huelguistas, a juicio mayoritario de la prensa y de los famosos corifeos de las estrategias anti ZP, eran unos gañanes de otra era que sometían al pueblo a la vejación del bloqueo.


Los conductores de metro tienen poco glamur. Les pasa como a la Esteban, que no dan bien en las páginas de ¡Hola! pero tienen mucho carácter para hacerse con la audiencia de la Noria y otras especies del basureo medio, ese que consume la mayor parte de la audiencia. Los trabajadores de metro fueron señalados como sindicalistas aviesos de un modelo de relaciones laborales trasnochado. Era inadmisible su poderío y el daño social que causaban. Al fin y al cabo, Aguirre cumplía con su obligación de reducir sus salarios siguiendo la doctrina gubernamental.


Falso de todo punto. Pero imposible dejarlo oír en un lodazal convenientemente aderezado por un descredito sindical que se ha venido labrando con tesón desde hace años desde la derecha fáctica.


Los controladores no quieren perder su media salarial: más de trescientos mil euros al año. Tiene sentido, los currelas del metro no quieren perder al salir del túnel el 5% de su salario que consideran no está afectado por las medidas del gobierno de España y los controladores, en justa proporción, se estresan cuando oyen hablar de que deben seguir trabajando después de los 52 años y que ganar 700.000euros facturando horas cerrajeras dejará de ser su bicoca anual.


Si yo ganara tanto dinero por hacer tan poco pero tan importante, también me estresaría y tendría un psicólogo de guardia en casa –junto al cerrajero particular, por cierto – que atendiera mis emociones con el cariño que estas merecen. Y es que en las manos de los controladores está la seguridad aérea tal y como nos recuerdan con una poco velada amenaza tan repugnante como sus privilegios de salón de té. No deja de tener gracia que sea el de controlador el oficio en el que más bajas hay por pérdida de control. Qué cosas.


Los huelguistas del metro defendían su poder adquisitivo, los controladores aéreos sus dineros y, quien sabe, si sus inversiones en esos fondos que luego atacan nuestra deuda, que el dinero les de para ello. Lo que no se sabe a estas alturas es lo que defiende González Pons, que ha visto otro supuesto hueco para atacar al gobierno y en particular al ministro Blanco, cuya gestión de este asunto marca una brillantez tan ausente en treinta años.


González Pons prefiere a los controladores a los sufridores pasajeros que ahorran todo el año sus sueldos descontados para ir a la playa. González Pons sabe a quién debe defender: A Camps, a Fabra, a los controladores…Gente de orden, gente guapa que regula el tráfico aéreo con más salero que un cirujano que opera a corazón abierto durante horas y horas toda la semana o que los médicos que hacen guardias de 24 horas para atender nuestra mermada seguridad social y formarse competentemente, por poner más ejemplos y menos comas. Pero eso le viene de lado a Pons que ha abierto un frente estratégico-electoral para fijar, de nuevo, un titular. ¡De qué nos quejamos!


Nadie debería respaldar esta huelga encubierta de estreses y ansiedades por su mezquindad y su infamia en este tiempo de competitividades y productividades y malos augurios y debate de pensiones y otras cosas terribles que esos mismos que los apoyan, nos anuncian todos los días para dejarnos el cuerpo hecho una empanadilla. De Móstoles, sin glamur ni torre de control.

Rafael García Rico

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