La descarga de los archivos de Wikileaks — que ilustran la corrupción afgana, la mala fe paquistaní y la dureza de los talibanes — revela poco de novedad. Pero intensificará una especie de desesperada necesidad colectiva.
Crece el consenso entre los realistas de la política exterior, los asustadizos aliados integrantes de la OTAN y los activistas pacifistas que apunta a que ha llegado el momento de alcanzar un acuerdo con los talibanes. La administración afgana es imposible; las últimas elecciones fueron motivo de descrédito; la construcción de la identidad nacional ha fracasado. La única esperanza es buscar no sólo la reintegración a la sociedad afgana de los guerrilleros talibanes de niveles bajo y medio sino la reconciliación con los líderes talibanes radicados en Pakistán. Mientras estos líderes pongan fin a su relación con al-Qaeda — la única frontera firme e irrenunciable — los talibanes pueden volver al control tácito del sur de Afganistán dentro de un sistema más descentralizado.
Algunos afganos se preparan para esta perspectiva — en particular aquellos que se encuentran en el lado equivocado de la frontera. «Las mujeres viven con gran miedo a un acuerdo de paz con los talibanes por lo que significará para sus derechos», afirma la directora de un refugio afgano para mujeres. En las áreas controladas actualmente por los talibanes, las escuelas de niñas están cerradas, las mujeres tienen un miedo atroz a trabajar fuera de casa y las mujeres políticas y activistas son atacadas y asesinadas. El «telegrama nocturno» típico de los talibanes reza: «te advertimos de dejar tu empleo como profesora tan pronto como sea posible o de lo contrario decapitaremos a tus hijos y prenderemos fuego a tu hija». Una feminista afgana explicaba recientemente a Human Rights Watch, «Toda activista que ha hecho escuchar su voz en los 10 últimos años tiene miedo a que ellos (los talibanes) nos maten».
Este debate no es sólo un conflicto entre dos formas de administración pública sino entre dos mundos. Hace poco asistí a un encuentro entre diplomáticos, expertos de la política exterior y periodistas en el que fue ampliamente suscrito el acuerdo diplomático con los talibanes. Los participantes admitían que se producirían como resultado algunas lamentables violaciones de derechos. Pero Afganistán, según la opinión generalizada, se ha convertido en un caro motivo de distracción de cuestiones tales como Irán o Corea del Norte. Es mejor limitar las pérdidas y marcharse. Alrededor de la brillante mesa, todos los participantes eran caballeros occidentales vestidos de gala que de manera fortuita condenaban a millones de mujeres pobres e indefensas al miedo y la esclavitud.
Los partidarios de un acuerdo con los talibanes respondían que simplemente se enfrentan a la realidad — que amparar los derechos de las mujeres afganas es deseable; simplemente no es factible. En realidad, no lo saben. Aquellos que predicen la derrota en Afganistán se solapan de forma significativa con aquellos que predicen confidencialmente la derrota en Irak. Sus opiniones militares son merecedoras de cierto escepticismo, en particular mientras los militares estadounidenses siguen una nueva estrategia en Afganistán que están seguros puede tener éxito. Deberíamos desconfiar de un realismo que siempre se reduce a derrotismo.
La perspectiva de negociaciones serias con los talibanes no parece particularmente realista. Si América insistiera en proteger los derechos de la mujer, las minorías y la sociedad civil como precondiciones para las conversaciones del reparto de competencias con los talibanes, ello probablemente constituiría motivo de ruptura de las conversaciones. Como están las cosas, los talibanes tienen razones para creer que se gana aguantando. El deseo irresistible de llegar a un acuerdo a toda prisa sólo apoya esta creencia. Al sentarse a la mesa de negociaciones en este punto, los talibanes tendrían pocos motivos para hacer concesiones en los aspectos más fundamentales de su ideología.
Si la coalición no insiste en la protección de los derechos humanos como precondición para las negociaciones, todo se vuelve mucho más fácil. Siempre es fácil poner fin al conflicto rindiéndose al enemigo. La reconciliación con los talibanes desde una postura de debilidad — regalando a los talibanes el control de regiones importantes del país — guarda un íntimo parecido con la rendición. No hay garantía por escrito que pueda ocultar la realidad de que, bajo la presión militar de los radicales islamistas, América traiciona a millones de afganos y afganas en situación de tiranía integral.
Preguntado el mes pasado por la posibilidad de un acuerdo estadounidense con los talibanes, el director de la CIA León Panetta respondía: «No tenemos pruebas de que estén verdaderamente interesados en la reconciliación, situación en la que depondrían sus armas, en la que denunciarían a al-Qaeda, en la que tratarían de formar parte de esa sociedad realmente. No hemos visto ninguna prueba de eso y siendo muy franco, mi opinión con respecto a la reconciliación, a menos que estén convencidos de que Estados Unidos va a ganar y de que ellos van a ser derrotados, creo que es muy difícil proceder con una reconciliación que vaya a tener algún impacto».
Esta es la alternativa realista: primero ganar y luego negociar.
Michael Gerson