sábado, noviembre 23, 2024
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Política y toros

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Puede que con el paso de los tiempos y en virtud de las nuevas realidades sociales y culturales, la fiesta de los toros, la llamada Fiesta Nacional, haya pasado a un segundo plano en la aceptación de los españoles. Puede, y parecería razonable, que el fútbol, el Deporte Nacional, haya adquirido, en el mismo tiempo, el valor de fetiche colectivo, de seña de identidad común a todos y en todas las partes de nuestro territorio.

El fútbol de la selección española ha constituido el primer gran rasgo no apropiable por nadie en concreto de entre todos los que definen nuestra cultura común. No es de aquí ni allá. Ni tuyo ni mío: de todos; generacionalmente hablando, territorialmente hablando y socialmente hablando.

Con los toros hasta ahora pasaba lo mismo. Salvo en las Islas Afortunadas y en otras contadas excepciones del multiescenario autonómico, siempre ha habido toros que representan las tradiciones que se pierden en la noche ibérica de los tiempos. Los toros, las corridas, los encierros, las vaquillas nutren, en gran medida, la cultura popular de pueblos y las tradiciones de Comunidades como la Navarra, el País Vasco, las Castillas, Valencia o este sitio que hemos dado en llamar Comunidad de Madrid; por no hablar de las ocho provincias andaluzas, donde la cuestión de la tauromaquia va íntimamente vinculada con las esencias del alma local, junto al flamenco, y la devoción por diversas vírgenes, todas ellas muy respetables.

El caso es que en Catalunya han decidido hacer un pulso a esta costumbre, porque deben considerar algunos nacionalistas que supone una intolerable invasión  de los vicios españoles sobre la acrisolada cultura autóctona. No sé cual es ésta ni por qué el asunto taurino se ha convertido en un mal epílogo del debate sobre el Estatut, y en un peligroso antecedente del proceso electoral de octubre. Creo que tiene que ver con un mal encaramiento de las identidades. Una suerte de demostración de lealtad a principios que se manifiestan en las costumbres y en los hábitos, relativa a las fiestas patronales y a los gustos feriados de los ciudadanos y con las que al parecer nos diferenciamos sin solución de continuidad en esta piel de toro, nunca mejor dicho.

Creo que el Estado, en todas sus manifestaciones, ha asumido una peligrosa tendencia a la reeducación de los ciudadanos. No crean que no estoy de acuerdo con una cierta lógica cultural que nos anime a lo correcto, según los cánones de éste momento, y que vele por nuestra salud, integridad, condición, peso y, ahora, elección en la forma de divertirnos. Y me preocupa más si con ello se inicia un debate que nos defina a los que apoyan una actitud como unos tales y los que apoyan la contraria como unos cuales. Vamos, que si además lo bueno lo defendemos los de aquí y lo malo los de allá, hemos iniciado el camino de una descomposición social que, a diferencia de los conflictos entre los vecinos del pueblo de arriba y los del pueblo de abajo, que siempre se acaba arreglando al terminar las fiestas del santo patrón – o patrona-, puede terminar de mala manera, porque parecemos todos iluminados con la luz de la razón única y exclusiva.

Creo que el hecho de que el conflicto político se sitúe en un debate parlamentario en Catalunya sobre si se deben o no prohibir las corridas de toros, es un síntoma de nuestro fracaso cultural e intelectual, que nos reduce al abismo de las manías de ésta tribu frente a aquella y que supone, además, una injerencia de un parlamento sobre mi propia libertad de pensar que pretende resolver un debate cuya dimensión no está ni en Catalunya, ni siquiera en España: está ya necesariamente en manos de lo que decidan con el tiempo las Instituciones europeas.

Así que lo preocupante de veras es que los toros se hayan convertido en otra oportunidad de avivar un conflicto entre supuestas culturas e identidades diversas, casi enfrentadas, en el que, al final, lo de menos sea el resultado de lo que se debate y lo de más haber logrado escenificar unas supuestas diferencias que nos hacen incompatibles culturalmente.

El fútbol, al final, nos seguirá dando lecciones de convivencia, mientras la política y los toros se ponen los cuernos.

Rafael García Rico

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