Está bien lo que dice el Presidente del PSOE y Vicepresidente Tercero del Gobierno: “No gobernamos a golpe de encuestas”. Es bueno saber que el Gobierno dispone de algo más que la voluntad de agradar. Pero sería mejor que el Gobierno tomara en consideración lo que opinan los españoles, no como un fin de limpieza de cutis política, sino como un objetivo de gobierno con la mayoría social.
La crisis económica ha destruido muchos de los puntos primigenios del proyecto socialista. La contención del déficit mediante una rigurosa política de ajuste presupuestario ha dejado entre tinieblas algunos de los principios fundacionales de esta legislatura. Los mismos con lo que el PSOE encaró el proceso electoral de 2008, cuando todavía la crisis era una advertencia y no una realidad tan consistente como lo es ahora. Y en ellos iba como piedra angular el diálogo social o, lo que es lo mismo, la necesidad de compartir el proyecto de progreso con los agentes sociales que representan y defienden las conquistas sociales y los derechos de los trabajadores.
No era precisamente la alegría lo que nos jugamos en la apuesta electoral en 2008; era, más bien, la definición de algo más profundo que responder a las encuestas y que contó con sobrado respaldo electoral: la política pensada sin dramatismo ni exageración, hecha con el dialogo de los protagonistas en cada caso y con el respaldo social como aval general.
Frente a los delirios del aznarismo y la tormentosa visión apocalíptica de su sucesor, Zapatero encarnaba la conexión con su base social y electoral. Por eso revalidó la confianza y por eso se ha mantenido en unos márgenes contenidos el respaldo diagnosticado en las encuestas, eso que ha descorazonado durante meses y meses a los agoreros del PP que anunciaban el fin económico de España, como antes habían anunciado su fin como nación.
Medida tras medida, decisión tras decisión y a diferencia de lo que imaginaban los populares, la base electoral del PP se mantuvo consistente porque no se hacía una política errática – si acaso arriesgada –, y lo que se primaba era un principio justo: que con la ayuda del presupuesto público, los trabajadores y los más débiles no pagaran en primera persona los excesos de la banca y los especuladores.
El cambio de rumbo supone coste electoral, por lo que deducimos de lo que nos cuenta el CIS. Y las medidas de ajuste y la ruptura del modelo de acuerdos con los sindicatos, también. Por tanto, lo que se plantea no es satisfacer demandas ingenuas de un electorado volátil, sino responder a un rumbo y a una programación con una lógica política determinada que está íntimamente relacionada con los intereses de los votantes.
Una cosa es la obligación de tomar decisiones- como planteó el Presidente en el debate del Estado de la Nación- y otra recrearse en ellas negándoles por simplificación a los votantes el derecho a expresar orientaciones diferentes mediante su rechazo en las encuestas.
En 2003, Aznar se negó a valorar las encuestas que le decían que los españoles rechazábamos frontalmente la que fue la “maldita guerra” que se acordó en las Azores. Hizo mal. No se dan, ahora, las mismas circunstancias, desde luego. Porque el adversario del PSOE no se opone por principios a las decisiones que se toman, se opone por conveniencia táctica escondiendo un programa más radical en la misma dirección. Y todos lo sabemos.
Creo que las encuestas lo que dicen es que los votantes del PSOE, sus fieles electores, reclaman principios junto a los programas, reclaman valores y reclaman decisiones y medidas que no se vuelvan contra aquellos que son el objetivo natural de sus políticas. Y reclaman otras medidas que supongan un equilibrio compensado entre los esfuerzos que hacen los que más tienen y los demás.
No se gobierna a golpe de encuestas, si no de principios y programas que respondan a la realidad. Con valores entendidos como base sólida de una acción de gobierno pensada en el bienestar de la gente, de la mayoría de la gente. Para eso hay que escuchar día a día.
De igual modo que el mismo presidente del PSOE las escucha para ver en Trinidad Jiménez la razón que ponga fin a la carrera política de Tomás Gómez, que, pasando por aquí en su autobús por el cambio, se ha encontrado en el centro de la contradicción de este nuestro Gobierno, como diría el otro.
Rafael García Rico