Para Franco, lo más inteligente era no meterse en política como, al parecer, trataba de hacer creer a sus colaboradores. “Hágame caso, no se meta en política”, decía el Generalísimo, según cuentan los cronistas. Pensaba, seguramente, en ese concepto de la política decimonónica, abusiva y radical a veces, y sumisa y corrupta las más de ellas. Veía en los políticos a los artífices de la derrota del Imperio español, ese sueño grandilocuente que adornó su infancia y la estética de nuestro país durante su feroz dictadura. Pero los políticos de su gobiernos los ponía él, como bien sabemos, y la política que éstos hacían si era buena o mala, lo era como consecuencia de sus decisiones.
De aquel ideario que él creía defender y que al final era una amalgama entre falangista y tecnocrático, con pinceladas de soberbia propia de la chancillería de sus majestades los reyes católicos, nos ha quedado una inmunización contra el poder bastante considerable. La mayor parte de los españoles son reflexivos, prudentes, críticos y duros con quien gobierna el país, trátese de quién se trate.
Por eso, si además los hechos constatados muestran abiertamente las debilidades humanas de quienes tienen a cargo el presupuesto, la reacción social se hace terrible y la mala consideración de los españoles sobre sus políticos se muestra hasta el punto, por ejemplo, de que en el barómetro de julio del CIS los encuestados sitúan a la mal llamada “clase política” como el tercer problema que hay actualmente en España (Pregunta 7-respuesta espontánea, 21,7% “la clase política, los políticos”).
El PP pondrá el acento de éste barómetro en su holgada distancia con el PSOE, quejándose de la escasa audiencia que tendrá este resultado. Pero no denunciará la manipulación con que acusó al CIS cuando el resultado le era menos propicio. El PSOE callará y dirá que las encuestas son eso, encuestas. Aunque luego las destripen en los despachos y las conviertan en verdad absoluta, como hemos visto estos días de agosto.
Dicen los expertos conocidos que al PP la corrupción no le pasa factura electoral, puede que eso se deba a alguna reminiscencia franquista y que, lejos de tener una visión complaciente de la política, los veteranos y los jóvenes votantes del PP que forman su núcleo duro electoral, la tienen tan negativa de oficio como el mismísimo general Generalísimo y practican el voto de forma instrumental, otorgándoselo con indiferencia a Fabra, a Camps, o a Aguirre y Gallardón en la misma tanda de papeletas, siendo como sabemos, tan distintos el uno de la otra.
Es interesante esto porque si a los españoles les molestan los políticos y los consideran generadores de problemas, la reacción a esa impresión es diferente según el sesgo político. Los votantes de izquierda se inhiben y guardan su voto en un cajón como si se tratara de una propiedad más, personal e intransferible, y que los que se presentan, siendo como son, no merecen poseer.
Los de derechas y los nacionalistas, por lo que se ve, opinan barbaridades contra todo y contra todos pero cumplen “religiosamente” con las obligaciones dominicales, tal y como sucede con los otros asuntos privados, que suelen ser mas de obra que de pensamiento, y de los que también se ventilan males y efectos, los domingos.
Así que llegado el domingo cuatrienal por excelencia y como si se tratase de un peregrinar compostelano, la familia acude en pleno a entregar su bendición a quien se ponga el primero en la lista de la gaviota, a quién les hayan mandado en el batzoki o a quien haya señalado el cap correspondiente y, ya de paso, cumpliendo con la legislación vigente, a todos los que les acompañan en las llamadas candidaturas electorales.
No nos gustan nuestros políticos – tampoco parece que eso sea una locura- pero somos de lo que somos y aunque los castiguemos en las encuestas de forma inmisericorde – como le ocurre a Mariano Rajoy- luego los votamos y con frecuencia con más alta participación de la anunciada, salvo en Madrid, claro.
No se crean que eso no lo saben en los despachos de los llamados líderes. Porque ya sabemos, después de treinta años y de muchas confrontaciones electorales, que uno puede ser muy popular en las encuestas y muy poco conocido entre las papeleas que recuentan los interventores. Y viceversa.
Así que Rajoy y Zapatero deberían preocuparse por lo mal que queda la política como tal y no tanto por su particular situación que será al final, mas o menos, la misma de siempre, uno arriba, el otro abajo, pegaditos como en la canción de Sergio Dalma. ¿Pero cual arriba y cual abajo? Pues eso no lo resuelven las encuestas ni los barómetros, por mucho que sean del CIS. Ya verán.
Rafael García Rico