Suelo preguntar a mis amigos cuál es el hecho más impactante y terrible de la historia de la humanidad. Se quedan pensando unos segundos:
“La peste bubónica”. Mató a una cuarta parte de Europa en el siglo XIV.
“La esclavitud”. El inhumano tráfico de negros que supuso la desmembración de familias, la muerte y la explotación de cientos de miles de africanos.
“La Segunda Guerra Mundial”. Jamás murieron tantas personas en una guerra.
“La conquista del oeste y la muerte de los indios”. Los aborígenes de América ahora están reducidos a reservas.
“La opresión a las mujeres”. En China, en los países árabes, en África, en Japón… Las mujeres han estado y siguen estando en segundo plano.
Es difícil encontrar cuál es el hecho más terrible. Pero yo me refería a un hecho tan terrible que puede suponer el fin de la especie humana. ¿Algún virus como el sida o de la gripe que acabe con nosotros?
Algo peor. La bomba atómica.
El hecho más terrible, más severo, más pavoroso de la historia de la humanidad ha sido el bombardeo con sendas bombas atómicas a Hiroshima y Nagasaki. Nunca habían muerto tantas personas en tan poco tiempo y de una forma tan horrible. ¿Quién garantiza que no estemos a salvo en el siglo XXI?
Ha sido el mayor asesinato en masa de la historia porque se trataba de población civil, no militar. Ese mismo año, en febrero de 1945, los aliados provocaron la muerte de 40.000 a 80.000 civiles en el bombardeo de Dresde, otra ciudad civil, no militar. El récord fue batido seis meses más tarde con el bombardeo de Dresde.
Sin embargo, hay muy pocos filmes de Hollywood que retraten este hecho. Poquísimos. Allí murieron entre 100.000 y 200.000 soldados Ryan. Quemados, abrasados, a la parrilla. Y las consecuencias la siguen sufriendo hoy.
En estos días se cumple una vez más el aniversario del hecho más terrible de la historia.
Carlos Salas