Los Demócratas, por fin, aciertan una. Obligaron a los Republicanos de la Cámara a volver, a regañadientes, del receso de verano con motivo de las votaciones que permiten a los Demócratas mostrar su apoyo a profesores, agentes de policía y las fronteras seguras.
Entonces fueron Rangelizados.
«¿Con qué propósito pide la palabra el caballero de Nueva York?» preguntaba la presidenta al Representante Charlie Rangel, secretario del Comité de Asignaciones caído en desgracia, cuando se levantó de su escaño la tarde del martes.
El caballero de Nueva York pedía la palabra para pronunciar, sin previo aviso, uno de los ejemplos de oratoria política más extraordinario de la historia reciente. Enfrentándose al Comité Disciplinario de la Cámara, pronunció un disperso discurso de 30 minutos atacando al Comité, a los Republicanos, a sus colegas Demócratas y hasta a sus abogados. No fue tan discurso de palestra como alarido dirigido contra los que dicen que debería dimitir, o llegar a un acuerdo con el comité, para ahorrar a su partido una debacle política en noviembre.
«Oye, si yo fuera tú, puede que también quisiera irme», decía a sus colegas, en referencia a los problemas éticos planteados por un «presunto» escándalo. «No me voy a ir. Sigo aquí».
A mitad de la diatriba, la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi abandonaba su escaño y se marchaba a la zona de hemiciclo. Cuando Rangel acabó finalmente, unas cuantas docenas de Demócratas — integrantes del comité negro, neoyorkinos y progresistas en su mayoría — se levantaban para aplaudir. Pero la mayoría permanecieron sentados en silencio. Los legisladores Demócratas, increpados por la prensa cuando abandonaban la cámara, parecían afectados.
«Ahora no», declaraba la Representante Louise Slaughter.
«En realidad no le presté atención», confesaba el representante Howard Berman.
«¿Qué discurso?» preguntaba el Representantes Steve Cohen.
La Representante Debbie Wasserman Schultz abría simplemente los ojos como platos y sacudía la cabeza.
Tenían motivos para sentirse mal. Rangel había pisoteado sus planes de agasajar a profesores y policías. En un sentido más amplio, su determinación a responder de los cargos antes de noviembre es seguro que va a desplazar cualquier mensaje que los Demócratas esperaran trasladar antes de que los electores les castiguen en las legislativas.
Los Republicanos se mostraban encantados con el problema que Rangel acababa de provocar a su partido. «Fue un momento Charlie Rangel, pero podría haber sido un momento Jim Traficant», observaba el Representante Darrell Issa, R-Calif., recordando el furibundo desafío del Demócrata de Ohio cuando era expulsado de la formación hace ocho años camino de la cárcel.
Los cargos contra Rangel no son tan importantes como los de Traficant, pero había algo salvaje en el neoyorquino normalmente educado. Su americana no estaba abotonada, su corbata estaba aflojada y el pañuelo del bolsillo se salía de su sitio. Su discurso fue, literalmente, una oración política: Se abstuvo del atril, inclinándose por la cintura mientras hablaba sin la muleta de unas notas ni estructura aparente.
«Tengo unas primarias» el mes que viene, explicaba, y las acusaciones no van a estar cerradas para entonces. «No me dejéis al pairo hasta noviembre», suplicaba el legislador, comparando sus propias prácticas éticas con la «emergencia» fiscal que convocó a la Cámara. «¿Y yo qué?» preguntaba Rangel, de 80 años, que decía, «No quiero morir antes de la vista».
Los Republicanos estaban encantados de prestar su apoyo a Rangel. «Es ciertamente desafortunado que los legisladores de la cúpula Demócrata hayan permitido que esto se prolongue durante dos años sin resolución», decía el secretario de la Conferencia Republicana Mike Pence mientras abandonaba el hemiciclo.
Rangel enumeraba las causas que tiene abiertas. Solicitar donaciones con el membrete oficial: «Equivocarse de montón de folios». El centro que lleva su nombre en la Universidad pública de Nueva York: «Un edificio destartalado». La oficina del apartamento de renta antigua: «El casero dijo que no me daba un trato de favor».
La diatriba se dirigía sobre todo contra su propia formación, donde «nadie sale a la palestra a decir ‘Rangel no es corrupto'». Decía que había sido informado de que sus colegas «todos te adoran… pero se adoran más a ellos mismos». Se burlaba de aquellos que se volvieron en su contra por conveniencia política: «Haced lo que tengáis que hacer».
Repetidamente desafiaba a sus colegas a someter a votación su destino. «¿Vais a expulsarme de esta instancia?» exigía saber. «¿Vais a decir que aunque no hay pruebas de que aceptara un centavo, solicitara un centavo, que no hay testimonio bajo juramento, que no hay conflicto de intereses, me tengo que marchar de aquí?»
El furioso legislador se despedía de sus colegas con dos palabras: «Al carajo».
Dana Milbank