No se ha destacado la importancia que el Uruguay tuvo en la obra de Borges. Y nos referimos, en este sentido, tanto a los aspectos de la geografía de esta zona del mapa, a la reiteración de ciertos lugares (comol el Paso Molino, por ejemplo) que eran de su gusto, así como también a los personajes de nacionalidad uruguaya de su amistad, a quienes incluyó en sus cuentos o dedicó poemas.
Hoy, lunes 16, cuando se cumplen 111 años de su nacimiento en Buenos Aires (su adiós fue en Ginebra en 1986), haremos un breve repaso de esa suerte de idilio literario con Uruguay. Baste recodar que, desde su juventud, caminó por las calles montevideanas; y aprendió (contaba) a nadar en los arroyos de Salto. En la juventud, que es tanto un período de soledad como de amistades fervientes, hizo amigos uruguayos entrañables, que le acompañaron siempre. Parece evidente que el escritor sentía un vivo placer en la recuperación de esas impresiones, a las que dotaba de emocionada dimensión emocionada. Acompañado por dentro, a la sangre sumó afectos, los que constituyen la esencia de esos homenajes.
Veamos algunos ejemplos. En el cuento “Funes, el memorioso”, que se ambienta en Fray Bentos, narra el largo insomnio de ese inolvidable personaje. Aquí, como hacía habitualmente, echó mano al recurso de atribuir a una persona real y notoria, noticias sobre el personaje ficticio, a los efectos de darles una mayor verosimilitud. Y así, señala que el poeta uruguayo Pedro Leandro Ipuche había definido, a Funes, como: “Un Zarathustra cimarrón y vernáculo”. Borges tenía en alta estima la obra poética de Ipuche; de manera especial recordaba siempre el poema “El guitarrero correntino”, cuyo final destacaba como un hallazgo poético: “Subió al caballo con lenta agilidad”. En otro cuento célebre, como “El muerto”, el compadrito Benjamín Otálora inicia su vida hacia la muerte parando una artera puñalada en un café del Paso Molino. En el cuento “Avelino Arredondo”, Borges registró el único magnicidio de la historia del Uruguay: en 1879, en la puerta del Club Uruguay, a la salida de la Catedral y en la plaza Matriz, mató Redondo al presidente Idiarte Borda. Dos gauchos de Cerro Largo protagonizan “El otro duelo”, cuento al que Borges atribuye al hijo del novelista uruguayo Carlos Reyles.
Por cierto, abundó en menciones a nuestra tierra también en su poesía. En su “Milonga para los orientales”, leemos: «Milonga que este porteño/ Dedica a los orientales,/ Agradeciendo memorias/ De tardes y de ceibales». Años antes, en su poema “Montevideo”, había escrito: «Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias./ Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas./ Ciudad que se oye como un verso./ Calles con luz de patio”.
Borges no fue infiel a su imaginación ni a los recuerdos de sus antiguas visiones. Su obra tiene invención, melancolía, una distancia infinita y un dolor personal, es decir, arte.
Rubén Loza Aguerrebere