Decía en televisión Tomás Gómez, que además de una crisis económica vivimos una crisis de valores. Una situación en la que muchos jóvenes de nuestro país abandonaron sus estudios para trabajar dentro de la burbuja cocida al igual que los ladrillos sobre los que se sustentó. Porque valía más el que más dinero acumulaba, y se ganaba mucho y fácil. Porque así se medía el éxito. Cierto. Los destinatarios de la obra construida crearon nuevas clases sociales cuya linde se establecía en los metros cuadrados de piso y en los centímetros cúbicos de coche. Unidades de medida para racionalizar lo que ya no podía sustentarse dentro de la lógica de los países de nuestro entorno. Una sociedad creada con la mirada puesta en el vecino de al lado, fundamentada en lo unipersonal y sin ningún tipo de cohesión que nos permitiese funcionar como uno para crecer. Bendito fútbol. Santa selección. Ha tenido que llegar, a través de la narcolepsia de la pelota, el momento de abrazarnos con el vecino sin pensar en la tarima flotante que se ha puesto, el muy gañán.
A pesar de la altura de miras del discurso, el moderador del debate le comentó a Tomás Gómez que tenía un objetivo muy ambicioso al meterse en algo tan profundo. Correcto. Igual que el de presentarse a las primarias con el viento federal de cara. Sin ambición, la política se convierte en un ejercicio de placentera vida contemplativa. El listón de un representante público debería instalarse en la utopía, y tener el calificativo de buen gestor algo de lo que se huyese sin mirar atrás.
El futuro político que le aguarda a Tomás Gómez tras su paso al frente es incierto. El atrevimiento siempre ha salido caro en un mundo en el que todos quieren salir en la foto y no dudan en dar los pasos atrás necesarios para lograrlo. Sólo hay que ver la progresión de aquellos que hace bien poco querían ser alcaldes de la capital para darse cuenta de los dobles tirabuzones que se pueden hacer en política para mantenerse en la ortodoxia. Noblesse oblige. “Quién se clame a sí como noble, debe conducirse a sí mismo como un noble”, dice del tema la Real Academia Francesa, que para esto siempre han sido muy suyos y saben un rato.
Independientemente del resultado final, escuchar a Gómez hablar un poco por encima del discurso habitual es un oasis en medio de un desierto de argumentarios. Comprobar como se puede responder a una pregunta de un periodista sin la sucesión de frases hechas correspondiente, un lujo. Hay más políticos como Tomás Gómez en todos los partidos, pero viven su exilio con dignidad en provincias, o no gozan de minutos en el reparto mediático. Precisamente, lo mismo que le pasaba al propio líder madrileño hasta hace unas semanas. No hay nada como hablar de valores, y predicar con elejemplo.
Ion Antolín Llorente