Hace 101 años nacía en Montevideo Juan Carlos Onetti, el mayor novelista uruguayo. Su infancia no fue particularmente feliz, contaba. A los diecisiete años fue vendedor de avisos para la revista “La tijera de Colón” (de la que aparecieron siete números), donde él escribía, junto a dos amigos, noticias del barrio montevideano de Colón. Abandonó los estudios para dedicarse a trabajar. Tuvo varios oficios, y finalmente llegó al periodismo. Joven sintió el llamado de la literatura y, como decía el poeta Heaney (a quien creo que no leyó) “debemos ser auténticos con nuestra sensibilidad; fingir sentimiento es un pecado contra la imaginación”. Y gracias a su autenticidad, mereció hace exactamente treinta años el Premio Cervantes.
Como el dramarturgo Florencio Sánchez y el cuentista Horacio Quiroga, Onetti vivió también en Buenos Aires: desde 1930 a 1939, y desde 1941 a 1955. Sus primeros cuentos aparecieron en suplementos bonaerenses a partir de 1933 . Y con ellos Onetti introdujo en la narrativa rioplatense, en especial en la del Uruguay, a la ciudad como tema y telón de fondo de sus historias. Escribió de manera renovadora, gracias a las influencias de James Joyce, Celine y, especialmente, su admirado maestro, William Faulkner.
En 1939, con la novela breve «El pozo«, en una edición de quinientos ejemplares (un falso dibujo de Picasso en la cubierta), que tardó años en venderse, se acercó al desasosiego espiritual centrando su historia en un hombre solitario, en una pequeña habitación, situada en una zona triste de Montevideo. Con este personaje, Eladio Linacero, ingresó a las letras rioplatenses la angustia existencial y la incomunicación.
A la manera de Faulkner (creador de Yoknapatawpha) Onetti inventó Santa María, un universo representativo de una zona que podría situarse en el litoral argentino y no lejos del uruguayo. El fundador de Santa María fue Brausen; ocurrió en la novela «La vida breve» (1950). Ya fundada la ciudad, comenzaron a aparecer sus principales habitantes, entre los que sobresalen, de manera balzaciana, Díaz Grey y Junta/Larsen, protagonistas de aventuras y diversas historias oscuras, quienes se encuentran y reencuentran.
Los grandes títulos onettianos son «Los adioses«, «Para una tumba sin nombre«, así como algunos cuentos rotundos como «El infierno tan temido», “Bienvenido, Bob” y «Ebsjerg, en la costa». En la novela «Tierra de nadie«, Larsen es un personaje secundario y Brausen ha pasado a ser un monumento en una plaza de Santa María. El doctor Díaz Grey sigue siendo testigo marginal de lo bueno, lo malo y lo feo de ese sórdido mundo. En «Juntacadáveres» (1964), Larsen intenta dirigir un prostíbulo en Santa María, pero es expulsado. Volverá cinco años más tarde, en «El astillero«, que es anterior (de 1961). Esta novela Onetti se la dedicó a Luis Batlle Berres, quien fuera su amigo, y Presidente del Uruguay por los socialdemócratas colorados.
Onetti se marchó a España a principios de 1975 en los duros tiempos de la dictadura en Uruguay, y no regresó; murió en Madrid en 1994. En sus últimas obras hablaba de persecuciones y desarraigo.
Mario Vargas Llosa, quien ha analizado la obra de Onetti en su libro “El viaje a la ficción”, lo define como un maestro literario de las letras iberoamericanas. Con sus exploraciones del malestar urbano, en medio de incontables desdichas que muestra su obra, ofreció su idea del mundo, alcanzando alto relieve en las letras modernas.
Rubén Loza Aguerrebere