Stephen Hawking ha certificado en su último libro la inexistencia de Dios. Lo hace de acuerdo con el desarrollo de sus teorías y mediante razonamientos que han evolucionado desde aquellos otros que le llevaron a segurar, en una publicación anterior, todo lo contrario.
Ese es el problema de la especulación. Que se mueve en un plano distinto del de la experiencia práctica; por ello, quizá, hablan los científicos de teorías y no de leyes. No hay una Ley que demuestre la no existencia de Dios, pero hay una Ley, como la de la gravedad, que puede ser interpretada para tratar de negarla. Es interesante. Pero no deja de ser un plano puramente intelectual de análisis, y no una reflexión conducida con fundamentos científicos. Lamentablemente, tan fiable es el Hawkins que niega a Dios como el que lo afirma y, por tanto, seguimos desde ese punto de vista en el mismo sitio del conocimiento.
A estas alturas en las que el desarrollo de la ciencia y la aplicación de la razón para resolver las realidades más inmediatas son un hecho extendido en las sociedades occidentales, no hay una necesidad urgente de satisfacer empíricamente esta cuestión. En la Era de las Constituciones, los Derechos Humanos, la libertad de pensamiento, expresión, creación; en el tiempo del pensamiento racionalista y con la herencia de la ilustración en la cartera, la cuestión de Dios se ha convertido en un asunto del individuo y ya no pertenece ni al ámbito de la política ni al de la organización de la sociedad. Es cosa de cada uno.
Y así, insistir en la negación con tan poco sostén científico, no supone nada más que la invasión con un acto de la voluntad contra una creencia que, por si misma, no supone ningún peligro para nadie, ya que el hecho de creer espiritualmente en Dios, en este punto de la historia y en el mundo occidental de Hawking, no es más que otro acto de la voluntad que nadie tenemos la obligación de certificar ni documentar científicamente. Cada uno cree con el mismo derecho con el que cada otro no cree. Y me importa un bledo demostrarle a quién cree que está equivocado ni tengo ninguna intención de que a mí me convenza nadie de lo contrario.
Vamos, que Hawking cree porque le da la gana que no debe creer y nadie pretende demostrarle que está equivocado, así que él debería hacer lo mismo para que su larga y exitosa carrera profesional no se empañe por un condicionamiento tan poco científico, que desmerece el conjunto de su obra. El mismo riesgo lo corre al negar a Dios y sí creer que existen los marcianos: una nueva teología con tanto fundamento racional como cualquier otra. Cuidado con convertir la cátedra en un pulpito y así empezar de nuevo aunque sea al revés.
Cuidado con la intolerancia, que pasa de un lado al otro con mucha facilidad. Y eso si que es un hecho.
Rafael García Rico