El presidente Montilla no ha fijado el día de las elecciones autonómicas en Cataluña más tarde porque ya, sinceramente, no podía. La fecha demorada sirve para tener casi tres meses intentado que cambien las cosas, es decir, intentando que los partidos del tripartito, y sobre todo el Partido Socialista, se recuperen de su muy complicada posición en la valoración ciudadana y en la mayoría de las encuestas. Parece, según algún sondeo, que CiU, teniéndolo bien, no lo tiene como parecía antes del verano y Montilla confía, aunque la confianza este trufada de escepticismo, en que las cosas vayan peor para unos, sus adversarios, y, si se puede, un poco mejor para él. El descontento con el tripartito, de todos modos, parece tan asentado como difícil repetirlo después de ese domingo de noviembre que coincide con el partido del Barcelona contra el Real Madrid. Si no se gana una cosa, se puede ganar la otra, aunque en una de ellas no tenga mérito alguno el actual presidente de la Generalitat.
El retraso hasta el 28 de noviembre parece anular, por otro lado, cualquier posibilidad de que CiU tenga un papel en la aprobación de los Presupuestos Generales de 2011. Hasta el momento, la coalición nacionalista se ha mostrado contraria al apoyo al Gobierno –incluso pidió al PNV que no lo sostuviera- pero el presidente Rodríguez Zapatero mostró su deseo, en el último Debate sobre el estado de la Nación, de que, quizá después de las autonómicas catalanas, se podría restablecer un entendimiento ahora roto. No parece que, incluso ganando CiU, de tiempo a que un nuevo clima coloque a los nacionalistas en una posición de fuerza en el Congreso y el PNV, más atento a que no coincidan las generales con las locales y forales en el País Vasco, no dará su brazo a torcer ante los deseos de sus colegas catalanes.
Con todo ello, parece CiU la obligada a establecer una estrategia adecuada. El PSC no tiene más esperanza que el deterioro de la coalición encabezada por Artur Mas, ya que sus propias fuerzas y las de sus socios no son capaces de cambiar las tendencias. Las precampaña y la campaña se vuelven así un escenario estratégico de enorme interés y las elecciones un test de importancia en el que no solamente se dirimirá el próximo Gobierno catalán, sino el papel –y sus consecuencias para las generales- del PP (ante los grandes y los pequeños como Ciudadanos y UPyD) y de nuevos partidos nacionalistas, algunos radicales en su nacionalismo, otros un tanto esperpénticos, que pueden tener también su efecto en la hipotética reedición del tripartito. Que pierde Montilla parece evidente. La cuestión, desde hoy y hasta el 28 de noviembre, es si gana Mas como espera y necesita ganar. Una cosa no implica necesariamente la otra porque ya en las anteriores ganó CiU y no consiguió el Gobierno.
Germán Yanke