Estados Unidos siempre ha tenido un sentimiento paternalista para con el resto del planeta. Debe ser que el número de portaaviones acentúa las ganas de mando. La política exterior estadounidense ha querido creer que les guía una aspiración ulterior para justificar todos sus actos. Pese a los pucherazos electorales y golpes de estado en terceros países financiados por la inteligencia americana – qué manera de llamar a ciertas entidades -, o la intervención en guerras contra el enemigo exterior comunista, los responsables de enviar al frente a miles y miles de jóvenes dormían a pierna suelta por las noches, pensando que encarnaban a la perfección el espíritu de protección de la democracia y la autodeterminación de los pueblos que llevarían hasta el último rincón del planeta. Antes de que llegasen los comunistas, claro está, el demonio rojo.
Hoy, destrozado Irak en una espiral de muerte y caos, y con la pesadilla comunista desaparecida, con permiso de Fidel Castro y la momia andante de Corea del Norte, los ojos del salvador U-S-A están fijos en Irán. Señalada por George Bush hijo dentro del eje del mal, cuando ya no le quedaba nada con ruedas para perseguir en Irak, y tras haber colgado de una viga a Sadam Hussein, la tierra de los persas se convirtió en el nuevo ogro con el que asustar a unos ciudadanos estadounidenses ya de por si bastante temerosos de Dios. Precisamente, esa aplicación de la ley que se difumina entre estado y religión es una de las atrocidades de las que se acusa a Irán, con bastante razón por cierto, ya que la lapidación de mujeres o la persecución de homosexuales no puede ser considerado un síntoma de civilización, en un lugar donde el testimonio de un hombre equivale al de dos mujeres.
De tanto meter miedo al personal, y con tantas alertas naranjas y rojas por terrorismo cada dos por tres, la ultraderecha en Estados Unidos ha dado un salto de calidad que amenaza con llevarse por delante incluso a parte de la derecha tradicional, representada por el Partido Republicano. Dudo mucho que Martin Luther King tuviese un sueño como el que se hizo realidad hace pocos días en Washington. El mismo día, décadas después de que el líder negro pronunciase su histórico discurso, en el mismo lugar, las escalinatas del Monumento a Lincoln, lo más rancio del país se reunió para proclamar su odio a Barack Obama, y exigir, al igual que sus colegas de Irán, más Dios y menos Estado. «Hoy América vuelve a Dios», fue la primera frase del primer discurso. Qué lejos queda el lema de la marcha de M.L King: “Empleo, justicia y paz”. El sueño convertido en pesadilla, bajo la batuta de la infame Sarah Pallin y el movimiento ultracatólico Tea Party. Las maneras perseguidas del enemigo exterior, se hacen realidad en el interior del país. En muchas casas de la América profunda, acongojada por tanto miedo, conspiraciones y amenazas sin fundamento, la doctrina Bush ha gestado un extremista dispuesto a echarse en manos de la Biblia para cumplirla al pie de la letra, con un fusil automático sobre la chimenea y un arsenal en el sótano. Todo legal. La creencia en el paternalismo y espíritu protector de una nación, dinamitados desde dentro por un movimiento ultraconservador acusado de racista y un presentador de televisión con un programa titulado «Apocalipsis Económico». Se acabó el sueño.
Vivimos tiempos oscuros, en los que el retroceso y la vuelta atrás se ha convertido en objetivo común de unos extremos que se juntan en su camino circular desde ambos lados de la alianza de civilizaciones. En medio, atónitos, los que no tenemos otra aspiración que pasar por esta vida como gente normal, esperamos que un líder natural sea capaz de abanderar una nueva lucha por el progreso en todos los ámbitos, desterrando la ambición económica como única garantía de felicidad y el odio al diferente como motivación para levantarse de la cama. Precisamos de la utopía que embargó a muchos hombres y mujeres en nuestro pasado reciente, enfrentados a un mundo en terrible confrontación, pero con una determinación fuera de toda duda para mirar siempre hacia adelante. Es tiempo de grandes discursos, de grandes decisiones y de grandes políticos. Seguimos esperando. Queremos vivir el sueño.
Ion Antolín Llorente