Los líderes Demócratas y sus partidarios enfocan los comicios de noviembre con una mezcolanza informe de mensajes. Las cosas no pueden ir tan mal como parece (sí pueden) y tal vez perder el control de la Cámara sea bueno para los Demócratas (no lo es) y los estadounidenses son mocosos ingratos consentidos (no es un mensaje electoral ganador). El presidente salta de tema en tema presa de algún tipo de déficit de atención sin energía, logrando parecer frenético e insípido al mismo tiempo. Ahora propone hacer hincapié en la creación de empleo — demasiado tarde para influenciar el dato del paro antes de noviembre pero justo a tiempo para suscitar la duda: ¿por qué ha sido todo lo demás más urgente que el empleo?
Durante casi dos años, la política estadounidense ha sido un experimento ideológico controlado. Un presidente popular, distinguido con considerables mayorías en Cámara y Senado, aprobaba el programa deseado por casi todo Demócrata — una gran batería de medidas de estímulo y una importante ampliación del papel federal en la sanidad. El resultado económico ha sido universalmente decepcionante. Un grupo de activistas muy motivados ha llegado a la conclusión de que el presidente es un socialdemócrata de corte europeo que amenaza al sistema capitalista. Muchos otros estadounidenses sospechan que simplemente la situación le viene grande.
Pronto empieza otra prueba de fuego. A menos que intervenga algún suceso decisivo, Obama y el presidente de la Cámara John Boehner parecen destinados a ser socios difíciles en aras del bien común. Más allá de noviembre, habrá un único interrogante político: ¿la administración repartida puede funcionar? La respuesta: probablemente no.
Por la parte Republicana tras las elecciones, la ideología irá en auge mientras que la dirección en el congreso será débil. Puesto que no ha surgido ningún referente a lo Newt Gingrich para encabezar la revolución de 2010, los líderes Republicanos se dejarán llevar por su corriente. Boehner dispondrá de 40, 50 ó 60 congresistas Republicanos nuevos para los que cualquier gasto público es demasiado, dificultando hasta la faena habitual de tramitar las partidas presupuestarias anuales. El Senado es probable que tenga un ala fiscal seriamente consolidada, haciendo miserable la vida de Mitch McConnell, como secretario de la oposición o como secretario de la mayoría. Ni Boehner ni McConnell van a estar en posición de llegar a acuerdos con Obama sin provocar a los ideológicamente nerviosos.
Y de todas formas no existe ningún indicio que apunte que Obama vaya a estar predispuesto a tales acuerdos. «No le veo como un negociador a tres bandas», dice el Representante Paul Ryan, R-Wis. «Obama no es ningún Bill Clinton». Los partidarios consideran esto convicción; los detractores arrogancia. En una administración repartida, las dos formaciones tienen el mismo resultado.
Hay pocos terrenos en donde Obama y un Congreso Republicano puedan sorprenderse por acuerdo. Los dos suscriben la ampliación comercial, haciendo probable la aprobación de los tres acuerdos comerciales bilaterales actualmente en solfa. Los dos apoyarían probablemente la reforma del mecanismo presupuestario. Los dos podrían encontrar intereses comunes a la hora de imponer límites presupuestarios al gasto administrativo independiente de la defensa — medidas en su mayoría simbólicas, puesto que el verdadero problema del déficit se encuentra en otro lado.
Pero se trataría de excepciones — como los períodos de calma navideños en los años de hostilidades en las trincheras. Los congresistas Republicanos votarán a favor de derogar la reforma sanitaria de Obama — una legislación que será tumbada por el Senado o por el veto del presidente. Pero los Republicanos podrían ir más allá, librando una batalla abierta por minar la implantación de la ley.
Parece haber pocas posibilidades de que una administración repartida vaya a dar lugar a una reforma importante de lo social, particularmente porque también es un debate sanitario. Gran parte del problema del déficit es generado por Medicaid, Medicare y el creciente gasto sanitario. Los Republicanos apoyan la reforma que facilite las opciones al individuo y le haga principal responsable de controlar el gasto — la aprobación de la cual obligaría al presidente a admitir que ha adoptado el enfoque equivocado sobre la reforma sanitaria durante los dos últimos años. «No se puede acometer la reforma de Medicare y Medicaid sin un presidente que la apoye», dice Ryan. «Llegará 2013 antes de que eso suceda».
Si la administración logra permitir que los tipos impositivos suban a las rentas más altas este año, ello también complicaría alcanzar un nuevo convenio social en el nuevo Congreso. Los Republicanos argumentarían que ya se han realizado subidas tributarias — y que ahora no se contemplan. No es probable que el presidente y los Demócratas vayan a aceptar un enfoque relativo exclusivamente a la reforma que no incluya subidas fiscales. Otra excusa para un callejón sin salida.
Si los Republicanos logran una gran victoria en noviembre, se plantearán probablemente comparaciones con las legislativas de 1994. Tras una serie de amargos enfrentamientos, Gingrich, presidente de la Cámara, y el Presidente Clinton pactaron unos presupuestos equilibrados y la reforma social — triunfos de la administración repartida. Pero este proceso exigió un líder Republicano fuerte y un presidente flexible y dispuesto — cosas las dos que es improbable que surjan de las elecciones de 2010.
Michael Gerson