domingo, noviembre 24, 2024
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Camarada Keynes

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«A largo plazo todos muertos», concretó en una ocasión el gran economista del siglo X John Maynard Keynes. Como de costumbre, Keynes tenía razón, y en este caso probablemente para bien: Keynes no vivió para ver a los Republicanos de 2010 tratarle durante los últimos días como una especie de revolucionario marxista.

«El presidente va a utilizar el puente del Día del Trabajo como trampolín de otra batería de medidas de estímulo públicas más, otra obra interpretada según el mismo libreto Keynesiano fracasado», decía el Representante Eric Cantor (Va.), el número dos Republicano en la Cámara.

«La cuestión es que la versión Keynesiana al extremo de Obama no ha funcionado», anunciaba en Fox News el Senador John McCain (Arizona).

El Representante Paul Ryan (Wisconsin) decidía que «el experimento Keynesiano, que consistió en más gasto público, ha fracasado a la hora de crear… puestos de trabajo».

Estos caballeros sacan su artillería económica de laboratorios conservadores de ideas como el Cato Institute (que escribe del «error Keynesiano de Barack Obama») y de líderes empresariales como Paul Otellini, de Intel («su experimento de economía Keynesiana no está funcionando»). Juntos, han logrado convertir la noción keynesiana de «estímulo» económico en un taco tal que el Presidente Obama y sus asesores tienen miedo a que se les escape.

¿Qué pasa con el odio a Keynes?

Puede que estos Republicanos no se den cuenta de que parte de sus propuestas de rebaja fiscal son tan «keynesianas» como el programa de Obama. Hay feroces disputas en torno a cómo responder mejor a la crisis — ¿Bajadas tributarias? ¿Gasto deficitario? ¿Intervención monetaria? – pero el debate se fundamenta en gran medida en la visión keynesiana de que la administración debe impulsar la demanda en una recesión.

O quizá, más nefastamente, estos Republicanos sepan exactamente lo que dicen cuando rechazan la intervención keynesiana: que la administración no debe hacer nada para ayudar a los millones que se quedan sin trabajo ni para recuperar la confianza en la economía.

Llamé a Greg Mankiw, de Harvard, un ex secretario del Consejo de Asesores Económicos de George W. Bush, para preguntar por la carga Republicana contra Keynes. «No creo que sea útil enmarcarlo como keynesiano o anti-keynesiano», decía del ataque contra el difunto británico. Bush, decía, se valió de la «lógica keynesiana» a la hora de diseñar sus bajadas tributarias. «La idea de que la demanda es un importante impulsor del ciclo económico» — eso es keynesiano — «es incontestable», decía.

Esto es lo que escribía Mankiw de Keynes en el New York Times en noviembre de 2008: «Si recurriera a un único economista para comprender el problema al que se enfrenta la economía, no hay muchas dudas de que el economista sería John Maynard Keynes. Aunque Keynes falleció hace más de medio siglo, su diagnóstico de las recesiones y las depresiones sigue constituyendo los cimientos de la teoría macroeconómica moderna».

Con tanto de la teoría keynesiana tan universalmente aceptado, las denuncias de los Republicanos tienen un aire de caer en saco roto. ¿Van a exigir después la abolición de la NASA porque es «Galileo en extremo»? ¿Clausuramos el Instituto de Sanidad Pública por ser «un error hipocrático»? ¿Retiramos la financiación a esos «experimentos einstenianos» de Los Álamos? ¿Exigimos que los centros públicos dejen de impartir la docencia sacada del «libreto darwiniano fracasado»? (Ay, espere, eso ya lo hicieron).

El lugar que ocupa Keynes en la teoría económica es igualmente irrecusable, y el ataque contra su persona brinda credibilidad a la acusación de que los Republicanos carecen de ideas propias y simplemente generan la oposición que les conviene. Hay un desacuerdo convincente que exponer a tenor de que el estímulo de Obama se diseñó mal y fue ineficaz, pero restar importancia a la figura más importante del pensamiento económico del último siglo no dice tanto de Obama como de los que le acusan.

Firmando el año pasado en The New Republic, Richard Posner, de la escuela conservadora de pensamiento económico de Chicago, argumentaba que la obra de 1936 «Teoría general» de Keynes es «El mejor manual que tenemos de la crisis… Los economistas pueden haberse olvidado de ‘La teoría general’ y haber pasado página, pero la economía no la ha jubilado».

Los economistas ofrecen alternativas a los modelos matemáticos revisados de Keynes que muestran la forma en que los mercados se comportarían eficientemente. Pero esas ideas se vinieron abajo junto a todo lo demás en 2008. La incertidumbre despertada por la crisis financiera provocó una espiral de demanda en caída libre, inversión en picado y empleo menguante — igual que Keynes había dicho que pasaría. Un súbito repunte en el ahorro entre los inquietos consumidores aceleró el deterioro – la «paradoja del ahorro» de la que había advertido Keynes.

Con empresas y consumidor negándose a gastar, la teoría keynesiana dice que queda en manos del gobierno estimular el consumo — gastando más, o valiéndose de rebajas fiscales para estimular la demanda.

Existe una alternativa a tales «experimentos keynesianos», no obstante. La administración podría no hacer nada, y dejar que el sufrimiento humano se prolongue. Al rechazar el «libreto keynesiano», esto es lo que proponen realmente los Republicanos.

Dana Milbank

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