viernes, enero 10, 2025
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Salida del callejón: Anteponer el país

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Lee Hamilton recuerda que cuando vino a Washington hace 45 años como Demócrata novato de Indiana, cometió un torpe error parlamentario que habría dado al traste con el anteproyecto que se estaba sometiendo a trámite. El secretario Republicano en la Cámara de aquella época, Gerald Ford, despachó a uno de sus colegas para ayudar a Hamilton a corregir el error.

La historia es casi increíble en el clima crispadamente partidista actual, pero Hamilton sonríe y manifiesta su sorpresa cuando lo cuenta. ¿En serio hubo un tiempo así, en el que los intereses de los partidos se subordinaban al correcto funcionamiento del país? ¿Y cómo podría la América de 2010, una nación con un sistema político cada vez más disfuncional, volver a esa vida sencilla?


Pedí a Hamilton que diera unas vueltas a estos interrogantes hace poco, por dos razones: en primer lugar, porque a los 79 años, es una de las personas más despiertas y con mayor experiencia de Washington, y en segundo, porque se marchará en noviembre y volverá a su estado para dirigir un departamento de la Universidad de Indiana. La gente como él, que sabe cómo era que el gobierno funcionara con eficacia, constituye un recurso menguante de la capital.


Hamilton ofrecía una fórmula sencilla para conservar la cordura durante este período de crispación política: anteponer los intereses de tu país. «Hay que alentar la mentalidad que dice que si sales elegido, tu principal obligación es lograr que América funcione y triunfe», decía. Las lealtades políticas tienen que ir después.


Puede sonar ingenuo — igual que decir a alguien deprimido que se anime. Pero traslada una idea más importante: si el objetivo de un político es posibilitar el triunfo del país, entonces tiene que conservar la flexibilidad para asumir los compromisos prácticos que pueden solucionar los problemas. «Si tiene a un político enrocado en su postura, reduce su libertad de maniobra», advierte Hamilton, y se vuelve imposible alcanzar el consenso.


«El gran interrogante en política hoy es, ¿qué pasó con el centro?» dice. Hamilton ha luchado por defender ese terreno durante esta divisiva década, como vicesecretario de la bipartidista Comisión del 11 de Septiembre y co-presidente del Iraq Study Group. Como presidente del Centro Woodrow Wilson, que ha dirigido desde que abandonó el Congreso en 1999, también ha defendido que «las cuestiones personales no se zanjan en la vida política».


Hamilton sigue logrando parecer alguien de la América rural, incluso después de tres años en el satánico Washington. Se reclina en su sillón y estira sus desgarbadas piernas igual que si estuviera sentado en un porche de su estado. Y luego está ese corte de pelo marinero marca de la casa, que traslada a una América en la que las peluquerías eran más baratas y el secador no era el mejor amigo de un político.


El Demócrata de Indiana se mantiene imperturbable, hasta en un momento en que la política estadounidense parece estar sufriendo un ataque de nervios colectivo. (Ejemplo reciente: el ex presidente de la Cámara Newt Gingrich denunciando al Presidente Obama por «comportamiento keniata anti-colonial»). El problema de la política hoy, dice Hamilton, no es sólo que sea partidista — los ideólogos reinantes cuando él llegó a Washington, Hubert Humphrey y Barry Goldwater, también eran partidistas – sino que se ha vuelto cada vez más crispada y «mezquina».


El declive de la administración pública ha coincidido con la bonanza de los grupos de interés. Hamilton poner el ejemplo de la legislación agrícola: Cuando llegó al Congreso, había tres grandes grupos de presión — la Federación Estadounidense de Explotaciones Agrícolas, el Grange y el Sindicato Nacional de Granjeros. Hoy parece que cada mercancía tiene su propio colectivo activista agresivo. Y mientras que los activistas del sector privado dicen desear quitarse de encima al gobierno, la verdad subyacente es que «todo el mundo intenta obligar a la administración a hacer algo».


Hamilton viene siendo un partidario del Presidente Obama. Pero también ofrece algunas críticas constructivas. Echando la vista al debate de la reforma sanitaria, dice Hamilton, está claro que no hay aún consenso en torno a la batería de reformas — y «no se tiene una solución a un problema en este país a menos que haya consenso». También culpa a Obama, por no encontrar aún una voz parroquial que pueda unir a los estadounidenses en tiempos de crisis. «Obama sigue buscando eso desesperadamente», decía.


Pregunté a Hamilton si pensaba que América, con sus problemas políticos, es un país en declive. Él citó el famoso discurso de Lincoln durante la Guerra Civil planteando si una nación dividida «puede durar mucho tiempo».


«Esa era la cuestión en Gettysburg y sigue siendo el interrogante en cuestión hoy», decía. «El destino no garantiza que vayamos a ser el número uno y que vayamos a triunfar siempre». Pero con independencia de si América prospera o degenera, decía Hamilton, «nuestra responsabilidad es idéntica, hacer que el país funcione».

David Ignatius

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