Es un poco sorprendente –y bastante lamentable- que, ante cuestión tan grave como los Objetivos del Milenio, el presidente del Gobierno vaya a la sede de la ONU a pronunciar un discurso vacío adornado con algunas propuestas demagógicas y otras poco serias. Los Objetivos son un imposible porque algunos de ellos exigirían cambios de régimen y el fin de dictaduras que Naciones Unidas, lejos de repudiar, hace carantoñas con la disculpa de integrarlas en una organización que, si no cambia, seguirá demostrando su inutilidad al mundo. Su propia inutilidad es la segunda causa de este imposible, incapaz de cualquier eficacia ejecutiva real y foro de todas las retóricas.
Rodríguez Zapatero, como su amigo Sarkozy, se han subido a la tribuna a pedir una tasa sobre transacciones financieras, en teoría para ayudar a los más desfavorecidos, cuando saben que han sido incapaces –el nuestro ni lo ha intentado seriamente- de llegar a acuerdos sobre las finanzas internacionales en el G-20. De esta tasa se habló allí sin ningún éxito porque los europeos lo propusieron sabiendo que los demás se iban a negar y estos, naturalmente, se negaron. Este brindis al sol, cuando se trataría de avanzar en la ruta de lo posible, es un tanto escandaloso. Y aún más ridículo es la segunda propuesta de Rodríguez Zapatero sobre tasas voluntarias en los viajes en avión, como si, lejos de Madrid, considerara que también la sede de la ONU en Nueva York es un territorio adecuado para las improvisaciones y las declaraciones un tanto demagógicas.
Téngase en cuenta que, además de la lucha contra la pobreza, los Objetivos incluyen, entre otras cuestiones, asuntos relativos a la igualdad de género, a la educación y a la sanidad que son sólo retórica sin un cambio radical en tantas dictaduras y teocracias como pueblas la ONU. De esto hablan menos los ocupantes de la tribuna porque exigiría determinadas políticas que no están dispuestos a llevar a término mientras disimulan la escasa solidaridad con la crisis y con propuestas que saben de antemano que están condenadas. Y, para colmo, el presidente de nuestro Gobierno dice, con más desparpajo demagógico que optimismo antropológico, que espera que en 2015 podamos –puedan- decir que la tarea se ha llevado a cabo. Cómo si no hubiese cosas que hacer aquí en vez de viajar tan lejos con un discursito así.
Germán Yanke