Vuelve el trazo grueso, asoma el doberman. Se acercan las elecciones autonómicas y locales y escasean los argumentos: arrecia la descalificación. El debate provocado por la presidenta de la Comunidad de Madrid respecto al ajuste del número de liberados sindicales ha desatado al doberman que lanzó el PSOE en la campaña de 1996. María Teresa Fernández de la Vega no se ha contenido: “Se han quitado la careta y se han puesto las fauces del lobo feroz, las de la derecha”. Lo ha dicho nada menos que la Vicepresidenta primera del Gobierno.
El debate sobre el número o la función misma de los liberados sindicales no debiera constituir un tabú. Ni ese, ni otros muchos como el de los precarios controles contra la corrupción política, el gasto social, la Justicia, la enseñanza o la energía nuclear. Debates todos ellos que bien pudieran producir un intercambio de criterios, un pacto social, a salvo de las legítimas preferencias de los partidos políticos. Criticar los excesos (o defectos) de nuestro sistema no conlleva negar la democracia. Sería una actitud mortífera.
La paradoja para el Gobierno que se erige en portavoz de la esencia sindical contra un “otro” maligno que quisiera destruirla, es que se produce en vísperas de la huelga general convocada por los sindicatos contra las medidas aprobadas por el Ejecutivo, como la reforma laboral.
Escuchando su vehemencia al anunciar la llegada de los lobos feroces, que visualiza sus mismas fauces hambrientas, se vislumbra un adelanto de lo que podría propagarse en las generales de 2012 si, como vaticinan las encuestas, los resultados de las catalanas y municipales son adversos para el PSOE. Qué pérdida de oportunidad para mostrar las críticas veraces del adversario a una sociedad adulta. ¿No sería más eficaz? El doberman del vídeo socialista en la campaña de 1996 no logró impedir la llegada del PP de Aznar a la Moncloa. Pero hay quien sigue convencido de que es imprescindible “tensionar”.
Chelo Aparicio