Vuelven manifestaciones multitudinarias en Euskadi a favor de la unidad nacionalista. Se desata la multitud cuando la confusión reina sobre las supuestas intenciones de la banda y los últimos matices semánticos de su partido afín. Resurge ahora un plus de legitimidad en el campo nacionalista, como si, víctimas de un “estado de excepción” –por la ilegalización del brazo político de ETA- fueran los damnificados auténticos del déficit democrático que arroja un balance de 857 víctimas del terrorismo.
Es la vuelta al disfraz del discurso. La propia sensación de culpa por el desentendimiento del acoso a “los otros” se torna en acusación, y se desliza de forma inconsciente hacia las víctimas. Reviven las multitudes agraviadas – desmovilizadas cuando arrecia la firmeza democrática contra ETA- y la cohesión nacionalista recupera el motor. Retorna el mito de Sísifo, de desandar lo andado, y vuelta a empezar.
Estella renace. Una multitud que congrega a todos los partidos firmantes del Pacto de 1998 –que acordaba con ETA la exclusión de los partidos no nacionalistas- reclama en Bilbao el fin del “estado de excepción” y pugna por “el derecho a decidir”. Un nuevo ardid para el forzamiento de la legitimidad nacionalista cuando se atisba el final de ETA, gracias a la acción policial, política y judicial. El PNV, inicialmente remiso, es insultado como “español” y “traidor”. La hojarasca sembrada por enviados que anuncian “esta vez, sí”, impulsan el rearme nacionalista y clausuran la tibia autocrítica por el Pacto de Lizarra.
Debilitado el Gobierno del cambio en Euskadi con el acuerdo entre el PSOE y el PNV, -y con ello, la fuerza de su discurso- el único adversario potente de este nuevo escenario es el recuerdo de la repetición, el “déjà vu”, y quizás la pérdida creciente del miedo a ETA. Un escepticismo que supondría beneficiar al Gobierno de Patxi López, a pesar de las embestidas propias y ajenas: Las de la colectividad nacionalista y las del Gobierno de Madrid.
Desandar lo andado. Batasuna recuperó multitudes en la calle cuando, tras su ilegalización en 2003 por el Supremo, sonaron cantos de sirena de una nueva tregua y una negociación. Los que no se movilizaron ni contra la sentencia, que miraban con desdén a los ilegalizados, recuperaron la razón de la protesta dos años después, en 2005, con el silbato de Otegi, en el nuevo clima. Fracasada la tregua, el líder de Batasuna volvió a la cárcel, acusado de enaltecimiento del terrorismo. Hoy ha sido el destinatario del ‘txupinazo’ de las fiestas de Villava (Navarra). El alcalde socialista de la localidad no encontró mejor protagonista que este portavoz, porque “con su trabajo durante años conduce a Batasuna por la senda de la paz”. Si lo creen los ‘otros’, quienes no forman parte del imaginario nacionalista, cómo no lo creerán ellos. Vuelve la dormidera, y algunos la apuran hasta el último sorbo.
Chelo Aparicio