viernes, enero 10, 2025
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El sino-siglo. Un aperitivo

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«Bienvenidos Afectuosamente al Siglo de China», reza una pantalla a la entrada de un fondo de inversiones radicado aquí. Ése es el nombre de la empresa, pero también es una buena descripción de la pujante China que podría dominar los próximos 100 años igual que Estados Unidos dominó el siglo anterior.

De forma que el visitante estadounidense se pregunta inevitablemente aquí: ¿Cómo va a ser este sino-siglo, para China y para el mundo? ¿Puede el autocrático y opaco sistema político del país capear las fuerzas económicas que ha desatado, o hay una bomba de relojería bajo la llamativa prosperidad? Y más preocupante quizá: ¿Se dirige esta China en ascenso hacía una colisión con una América que de manera instintiva piensa en sí misma como principal potencia del mundo?

Tras una visita de una semana, me marcho más desconcertado ante estos interrogantes que cuando llegué. La nueva riqueza de las ciudades de la costa es pasmosa, y justifica todo el elogio que ha leído. Pero la fragilidad política de China también salta a la vista; la incertidumbre por el futuro es clara entre los miembros de la élite que invierten en el extranjero y se sacan pasaportes extranjeros como inversión, a la vez que amasan fortunas en yuanes.

Esta nueva China es tan presumida como asustada está — vigilando con inquietud sus espaldas al mismo tiempo que avanza a pasos gigantes. Los funcionarios chinos siguen recordando lo pobre que es el país, al tiempo que también presumen de su éxito. Se muestran cada vez más agresivos hacia los países vecinos pero insisten en que China no busca enemigos.

La ambivalencia es evidente cuando los chinos hablan de Estados Unidos. América es el destino favorito de estudiantes y turistas, y existe una arraigada afinidad por nuestras costumbres capitalistas codiciosas y arriesgadas. Pero Víctor Yuan, un experto chino en encuestas, dice que América ha copado la lista que tiene la opinión pública de «enemigos de China más peligrosos» durante nueve de los 10 últimos años.

El contraste entre una pujante China y una América en horas bajas es consolidado a través de la Exposición de Shangai, un festival de auto-felicitación nacional que se extiende a lo largo de las orillas del Río Huangpú. El pabellón chino exhibe una película que condensa en unos cuantos minutos la sorprendente crónica del crecimiento económico de China durante los 30 últimos años. Las deslumbrantes imágenes se entrelazan con un proverbio de Confucio – «Persigue los deseos de tu corazón sin sobrepasar el límite» – y sospecho que cada miembro de la audiencia china entiende el mensaje: Ten cuidado; obedece al partido; no destruyas algo bueno.

Al otro lado, en el modesto pabellón americano, la película de bienvenida muestra a estadounidenses satisfechos destrozando frases simples en chino. Es un autorretrato nacional particularmente acertado sin pretenderlo.

Las bendiciones de la prosperidad de China, y sus límites, surgen espontáneamente durante una serie de entrevistas organizadas por el Comité de los 100, un colectivo de estadounidenses de origen asiático que organiza la visita en la que estoy. Un expatriado jamaicano-estadounidense desvaría con las virtudes «utilitarias» del sistema pero reconoce que también es «despiadado». Un analista chino teme que una crisis de legitimidad dé lugar a una guerra externa o al enfrentamiento nacional. Un estudiante chino lamenta «la falta de confianza» de China y le preocupa que «ahora mismo la gente sólo cree en el dinero».

Puede que para ayudar a llenar el vacío espiritual, el gobierno alienta el fervor nacional. En Nanjing hay un magnífico monumento recuerdo del saqueo japonés de la ciudad en 1937, con exposiciones gráficas que deben escandalizar a los visitantes chinos. La reserva china de opinión anti-japonesa se dejó sentir plenamente con disturbios en varias ciudades tras un reciente enfrentamiento naval.

Las posibilidades de un enfrentamiento chino-estadounidense son el problema más peliagudo de todos. Jianyou Guo, un estudiante de licenciatura en la Universidad Tsinghuá de Pekín que ha pasado por el ejército, argumenta que su país tiene que desarrollar «fuerzas navales más poderosas» para proteger sus intereses. Y el apóstol estadounidense de la fuerza marítima en el siglo XIX, Alfred Thayer Mahan, es muy popular entre el ejército chino. Pero Pekín hace más hincapié en la esfera futura del enfrentamiento bélico — el espacio y el ciberespacio.

Shen Dingli, un destacado analista militar de la Universidad Fudán, argumenta que las teorías de Mahan están desfasadas. «China tiene que ir al espacio», dice. Con un láser lanzado desde el espacio, «cualquier buque será reducido a cenizas». En lugar de competir con Estados Unidos por construir barcos o tanques, China debe desarrollar armamento más avanzado «para hacer que el resto de sistemas dejen de funcionar».

Un examen del sino-siglo de una semana de duración me deja con este pensamiento: paradójicamente, quizá, América tiene un gran interés en el éxito de China. Y aunque a los líderes chinos no les gusta escucharlo, eso significa empujarles a lograr la estabilidad genuina que sólo puede llegar fruto de un sistema político más democrático y menos paranoico. La alternativa es el colapso anárquico del que nadie habla abiertamente pero al todo el mundo teme. 


David Ignatius

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