Estamos tan escaldados. Todas estas décadas de sufrimiento, bajo el yugo de la amenaza fascista desatada por unos libertadores que oprimen incluso a su pueblo, han hecho que nuestro caparazón se endurezca proporcionalmente a los años pasados junto a la pesadilla terrorista. Ahora, una vez más, las señales apuntan a que algo se mueve en ETA. Otra vez. Los últimos coletazos de la serpiente se están prolongando demasido para ser una banda moribunda, y sus exigencias parecen más de un ejército en situación de superioridad, que de unos delincuentes parapetados tras un ideal político, que es la realidad. Hoy, estaría dispuesto a creerme cualquier discurso independentista del Dioni para justificar su delito, antes que escuchar la habitual y castrista – por la duración y el sopor – retórica etarra. Sobre todo tras comprobar, gracias a los informes de la policía, que su actividad sigue como siempre.
Ha sido tan maltratado José Luis Rodríguez Zapatero por su búsqueda de la paz, que hemos llegado a convertir en un fin en si mismo el discurso del no, tapando nuestros oídos y cerrando los ojos a cualquier esperanza. También muchos han callado sus bocas, ante el miedo de ser señalados como filoterroristas en cualquier manifestación que ese Tea Party español floreciente convocaba un día si y otro también para invocar la mano dura, pasando por la pena de muerte si es menester. El coraje necesario para terminar con el terrorismo en España se extinguió entre miles de gritos en la plaza de Colón madrileña, que acusaban al presidente del gobierno de connivencia con ETA. Aplastado por el odio de muchos que acuden cada domingo a misa para glorificar la capacidad de perdonar. Así, durante estos últimos años, guardamos nuestro sueño en el cajón y tiramos la llave.
Orain. De nuevo. La historia llama a la puerta de los demócratas con otro escenario en el que, pese a todos los contratiempos, la palabra paz suena con fuerza. Se revuelve y sale a flote en medio de olas que gritan rendición y derrota desde una orilla, y resistencia en la contraria. Pero si algo nos han demostrado otros conflictos ocurridos en el mundo, hoy felizmente terminados, es que la paz siempre se impone. Se abre paso entre la intolerancia con la decisión de un ejército, sin necesidad de empuñar armas. Sólo necesita de altura de miras; planes de futuro; fuertes convicciones; políticos con alma de estadista; reconocimiento a las víctimas. Lo ha dicho incluso el líder de la oposición, Mariano Rajoy: “Con la condición de que ETA se disuelva”. Sólo así daría el Estado de Derecho un paso al frente. Es un comienzo, que nos hace vislumbrar el final de un largo tunel. Un terrible invierno. Es una invitación, para los que han hecho de la violencia su bandera. Os toca.
Ion Antolín Llorente