De la capacidad de los jarrones chinos para echar una mano (al cuello) de sus sucesores hay ejemplos de sobra en uno y otro partido. Mariano Rajoy aún hoy sufre con algunas salidas de pata de banco de José María Aznar –que todavía mantiene intacta su extraordinaria capacidad movilizadora… entre los votantes de izquierdas–.  Y a José Luis Rodríguez Zapatero, su locuaz antecesor le ha reventado el acelerón que dio con el cambio de Gobierno. Justo cuando Zapatero apuesta por un gabinete felipista, va Felipe y le recuerda a todo el mundo lo peor de aquel legado: la guerra sucia contra ETA. Estupendo, que diría un chiste de Forges.

¿Por qué habló Felipe González? En esta semana, han nacido multitud de tesis para explicar la intrahistoria de esa interesantísima entrevista de Juan José Millás, que con mano suave consigue sonsacar al ex presidente mucho más de lo que nunca había contado. Hay teorías para todos los gustos. Que si lo hizo para fastidiar a Zapatero (improbable, las patadas se las está llevando en su culo­). Que si es una estrategia para poner en valor la victoria sobre ETA (aún más insólito, pues la entrevista está consiguiendo justo lo contrario: que el fin del terrorismo se pueda volver contra el Gobierno). Que Felipe se adelanta porque sabe que van a salir nuevas revelaciones de los GAL (igual de extraño, pues ya sería raro que 20 años después y con el caso juzgado se destapase algo nuevo).

Las conspiraciones son tan divertidas como rocambolescas, pero la explicación lógica es siempre la más sencilla. Cualquier incompetencia lo bastante avanzada es indistinguible de la maldad, y ante eso parece que estamos. Ante un patinazo de Felipe. El más claro en subrayarlo en las filas socialistas ha sido Guillermo Fernández Vara que, “desde el cariño”, ha subrayado el “error” del ex presidente. ¿El baremo más claro? Sus evidentes consecuencias.

Desde la derecha mediática, especialmente desde El Mundo, el GAL renacido se puede convertir en el nuevo 11-M: en una fantástica herramienta para vender diarios con poca información y mucha manipulación. Desde el lunes hasta el viernes, las declaraciones de González le han dado al experto en reciclaje, Pedro Jota Ramírez, material para cuatro portadas. Nunca antes una entrevista ajena dio tanto juego. El uso que de nuevo hace el director de El Mundo de aquellos viejos crímenes es especialmente obsceno a poco que se repase la hemeroteca. Quien hoy se rasga las vestiduras por los GAL es el mismo que, en sus tiempos de director de Diario 16, jaleaba esa misma guerra sucia, y pedía que “nuestros GEOS” actuasen en Francia. “Frente al siniestro engranaje montado en torno al santuario francés, el Estado español tiene legitimidad moral para recurrir a veces a métodos irregulares», opinaba en el editorial el periódico que dirigía en 1983.

Pero la hipocresía de algunos de sus críticos no exime a González. Sus palabras son gravísimas. Al admitir que tuvo la decisión de dinamitar a ETA en sus manos está diciendo implícitamente que las alcantarillas del Estado desembocaban sobre la mesa de su despacho, que la última palabra era la suya. Y esa confesión del presidente de un Gobierno en el que fueron condenados el secretario de Estado de Seguridad y el ministro del Interior por la guerra sucia contra ETA –que dejó 23 muertos, no lo olvidemos–, entra en frontal contradicción con la que siempre fue su defensa: que él en esas cosas no estaba.

Tampoco se entiende que Felipe aún mantenga esa duda, sobre si hizo “lo correcto”. Con muchos peros, se puede entender que ese debate interior no le dejase dormir en los 80, cuando ETA mataba a decenas de personas cada año y había más de un funeral por semana; es inmoral, pero es humano. Lo que no se entiende es que aún hoy, en el año 2010, Felipe no tenga claro este asunto. Ahora sí sabemos que no habría servido para nada volar a la cúpula de ETA; ¿cuántas han caído sin que ETA acabe? Una de las principales razones por las que el terrorismo lleva medio siglo activo en España (vergonzante plusmarca europea) es precisamente el error de los GAL: esa guerra sucia que sirvió a los terroristas para justificar entre los suyos la sangre. Que Felipe aún no sea consciente de ello sólo se explica por lo mucho que a los grandes estadistas les cuesta reconocer que alguna vez se equivocaron. El poder es radiactivo, cancerígeno para la autocrítica.

Las declaraciones de Felipe en nada ayudan al PSOE. Pero es injusto culpar al actual socialismo de aquellos viejos errores por dos razones. La primera, que fue Zapatero quien cortó con ese pasado. En cuanto asumió la Secretaría General del PSOE, ordenó que se dejase de pagar el abogado a Vera y también dio la espalda a aquellas vergonzantes manifestaciones de apoyo en la puerta de la cárcel de Guadalajara. La segunda, que ninguno de los dirigentes socialistas manchados en aquellos barros está hoy en el Consejo de Ministros, por mucho que se repita lo contrario. Es cierto que Alfredo Pérez Rubalcaba asumió parte de esa mancha cuando fue portavoz de aquel felipismo agonizante, acorralado por la corrupción, por la guerra sucia y por los tribunales. Pero Rubalcaba fue nombrado ministro (de Educación) en el 92, y la guerra sucia terminó en el 87, cosa que algunos olvidan, cuando mezclan las palabras “ministro del Interior” con las siglas de los GAL, saltándose un camión de matices en el camino.

En cuanto a Ramón Jaúregui, el otro “felipista” ahora señalado, fue delegado del Gobierno en el País Vasco durante esos años negros. Pero estaba muy enfrentado a los que estaban en aquel ajo –como Damborenea– y su nombre nunca ha sido implicado en ninguno de estos crímenes.

Pese a estos detalles importantes, la fanfarronería inconsciente de Felipe sí perjudica a Rubalcaba en otro asunto importante: en sus aspiraciones como posible sucesor de Zapatero. A pesar de este inesperado obstáculo, Rubalcaba se mueve. Está tejiendo una red de complicidades entre los barones regionales para cuando llegue el momento, si es que llega. Este fin de semana, sin ir más lejos, se verá en Almería con el presidente de la Junta de Andalucía, José Griñán. No han quedado para hablar de fútbol.