En vista de las críticas por el secretismo que envolvía la reunión entre Alfredo Pérez Rubalcaba y Taieb Cherkaoui con la que está cayendo en el Sáhara, el ministro del Interior decidió comparecer ante la prensa para dar explicaciones. Lo de dar explicaciones es un decir porque no se dio ninguna.
Rubalcaba dijo haber recibido «una versión de los hechos que refuta las graves acusaciones saharauis». O sea, que no puede dar por buena la versión marroquí ni las acusaciones de saharauis o activistas que los apoyan y que hablan sin mucha precisión de redadas, decenas de muertos, centenares de detenidos y hasta de genocidio.
Si eso es así o no, sólo podrían decirlo los periodistas y por eso no se les permite entrar en la zona. Así, el ministro del Interior marroquí puede permitirse el lujo de insistir en que el campamento era un nido de «milicias armadas» equiparables a terroristas de Al Qaeda que atacaron «brutalmente» a sus fuerzas de seguridad cuando ellos entraron «pacíficamente». Se ve que para Rubalcaba eso no son acusaciones tan graves.
Marruecos se ha limitado ha ofrecer su colaboración para que se investiguen casos concretos. El de Baby Hamday Muyema lo es. Según su familia fue obligado a bajar de un autobús para que luego un coche le pasara dos veces por encima. Cherkaoui, en cambio, entiende que fue un atropello accidental. Habrá que ver las facilidades que se dan a la Fiscalía, que ya ha empezado a investigar.
Mientras la presión aumenta sobre el Gobierno y el PSOE para que se le paren los pies a Marruecos, Rubalcaba pronunció una frase que dio pistas sobre la dificultad de esa tarea. Habló de mejorar la cooperación para detectar los vuelos incontrolados entre ambos países. Esas avionetas y helicópteros que trasladan ahora droga en cantidades no muy importantes pero que «cualquier día, pueden llevar otra cosa». Lo que hay que entender es que si Marruecos se enfada mucho y deja de cooperar, el problema de seguridad es nuestro.
Luz Sanchis