Todavía queda semana y media de campaña electoral en Cataluña pero ya vamos viendo el tono. Las juventudes socialistas ponen en circulación un vídeo en el que se identifica el voto con el orgasmo y uno no sabe a qué carta quedarse: o no saben lo que es votar o no saben lo que es un orgasmo, pero el programa que proponen queda claro. Un poco más adolescentes, los jóvenes del PP, al mismo tiempo, ofrecen un videojuego –o como se llame, porque no parece ni video ni juego- en el que convierten a su candidata en heroína que, desde una gaviota, lo mismo mata independentistas que inmigrantes. Dicen que harán algunas modificaciones, que sus mayores dieron el visto bueno a las «líneas generales», que se trataba de mafias en vez de inmigrantes. La grosería imaginativa permanece, forma parte del debate, de las propuestas de una juventud que nadie diría que soporta escandalosos porcentajes de desempleo.
En otros partidos, son los mayores los que se portan como niños entontecidos. Puigcercos pierde la sagacidad y sale con eso de que en Andalucía no paga ni Dios. La independencia, al parecer, es dar una bofetada a los demás, ya sea utilizando supuestas orgías fiscales o armas psicodélicas contra los toros y el flamenco. Si no hay ofensa o demagogia con el dinero no hay independencia y así Laporta, después de maquillar las cuentas del Barça, se maquilla a si mismo y suelta lo de los 2.500 euros para los jubilados y lo del expolio de Cataluña por España. Aparece por allí el vicepresidente Pérez Rubalcaba, el hombre de las explicaciones, y el debate político mejora su calidad: le dice a Rajoy que ha demostrado tener «catalonofobia». Viaja el presidente y ya aquello parece una conversación entre Churchill y Keynes: el presidente del PP y Duran i Lleida quieren que tengamos las leyes que apruebe el Papa. Herrera se pone positivo y defiende el tripartito, con lo que añade al ruido un toque de patetismo.
Lo que ocurre es que sin orgasmos no hay modo de que sepamos que ofrecen los jóvenes socialistas. Sin maquinitas voladoras no hay sistema para que el PP proponga una alternativa. Sin vocerío nadie haría caso a una ERC en caída libre. Sin danzas extravagantes Laporta no consigue un titular. Sin demagogia, el discurso del Gobierno central sería allí, como en cualquier otro sitio, un baldón para sus candidatos. Sin tripartito, ¿para qué sirve Iniciativa?
No se han vuelto descarados, es que están desesperados.
Germán Yanke