El cierre de la prisión de la Bahía de Guantánamo y los procesos judiciales civiles a terroristas fueron más que cambios políticos propuestos por Barack Obama siendo candidato presidencial. Se presentaron como el retorno al orden constitucional — una demarcación fronteriza con respecto a un pasado sin civilizar.
La detención indefinida de terroristas, según Obama, había «destruido nuestra credibilidad en lo que respecta al estado de derecho en el mundo, y dado un importante empujón a la captación terrorista». En testimonio ante el Congreso el pasado año, el fiscal general Eric Holder no sólo defendió el proceso civil en Nueva York del principal imputado del 11 de Septiembre, Jalid Sheij Mohammed, sentó cátedra, se burló, se pavoneó. A diferencia de otros, él no estaba «asustado» por lo que Mohammed diría durante el proceso. El fracaso no era «una opción». Este caso, dijo un periodista, será «el acontecimiento definitorio de mi periplo como fiscal general».
Cosa que desde luego ha sido. Bajo la influencia de Holder, la política estadounidense de detención es un caos chapucero, hipócrita, politizado.
El proceso del terrorista de la embajada Ahmed Ghailani – el único reo de la Bahía de Guantánamo que la administración Obama ha llevado a juicio en Estados Unidos — fue concebido para elevar la fe de la opinión pública en la vía civil jurídica. Pero un terrorista abrazando a sus abogados defensores en señal de victoria no se puede considerar un gesto que suscite confianza. Días antes de dictarse la sentencia de Ghailani, la Casa Blanca admitía que Mohammed, a causa de la masiva oposición pública, no vería el interior de una audiencia de Manhattan a corto plazo. «Guantánamo», decía un funcionario al Washington Post, «va a seguir abierto en el futuro próximo».
¿Dónde dejan estos progresos a Holder, para quien el fracaso no sólo es una opción sino una costumbre? Un reciente perfil firmado por Wil Hylton en la revista GQ trata de poner su administración bajo la mejor posible de las luces — el caballero solitario y cándido de principios arruinados por la política. Pero el retrato es devastador sin pretenderlo. Holder claramente opina que la guerra contra el terrorismo es una distracción. «La mayor sorpresa que me he llevado en este puesto», decía a Hylton, «es la cantidad de tiempo que llevan las cuestiones de seguridad nacional». Él era consciente de las reacciones previsibles en el caso Mohammed. «La conmoción política generalizada que estalló después» reza el artículo, «pilló a Holder totalmente desprevenido». El fiscal general ha sido privado de autoridad en el emplazamiento del proceso por la Casa Blanca. Y los inquebrantables principios legales de Holder, resulta, eran más bien posturas de cara a la galería.
«En un caso tras otro, parece haberse reconciliado con políticas que con anterioridad había condenado», concluye Hylton, un verdadero fiel progresista. «A medida que repasábamos la actualidad, me iba dando cuenta de que era imposible saber cuánto del argumento de Holder se cree realmente, y cuánto estaba sencillamente dispuesto a contar».
Holder está claramente seguro de que su virtud fue violada por la política. Pero tiene una explicación mejor. La innegable continuidad del Presidente Obama a la hora de llevar a cabo la guerra contra el terrorismo — el uso de la detención indefinida, la Bahía de Guantánamo y el asesinato selectivo de terroristas — plasma la continuidad de la amenaza. Estas medidas no fueron producto de alguna ideología anticonstitucional. Fueron respuestas difíciles, conflictivas pero razonadas a una ofensiva terrorista en marcha — una guerra que es más que una metáfora. Las audiencias de justicia no se diseñaron para combatientes enemigos de alto nivel como Mohammed, que se valdrían de un proceso civil en Nueva York para abrazar el martirio e incitar a la violencia. El uso de tribunales militares en la Bahía de Guantánamo es totalmente constitucional, está aprobado por el Congreso y es consistente con los precedentes en tiempos de guerra.
Obama parece estar dándose cuenta — gradualmente, a regañadientes — de que aplicar las leyes de guerra en medio de una guerra no destruye la credibilidad del estado de derecho ni estimula la captación de terroristas. Pero su incapacidad pública manifiesta para admitir este cambio parece estar dando lugar al peor de los resultados posibles. Con toda probabilidad, Mohammed no será juzgado en una audiencia de justicia. Pero los aliados progresistas de Obama se revolverán contra un tribunal militar para el asesino del corresponsal del Wall Street Journal Daniel Pearl y cerebro del 11 de Septiembre. De manera que Mohammed es abandonado en un limbo legal. Esto, a su manera, no parece oponerse al estado de derecho — un reo condenado a detención sin juicio porque un presidente no puede admitir que se equivocó.
¿Cómo va Obama a dar marcha atrás y aceptar un tribunal militar? Podría empezar eligiendo a un fiscal general que comprenda los rigores de la seguridad nacional. Algunos en la izquierda están convencidos de que Holder debería de dimitir por principios. Algunos en la derecha creen que debería marcharse por carecer de habilidades para esta situación concreta. Tal bipartidismo no debería desperdiciarse.
Michael Gerson