Está arrancando en Oriente Próximo un relevo político en el que una generación de líderes pro-americanos en general cede el testigo a un nuevo grupo cuyas posturas y lealtades son menos seguras. Esta transición se produce en un momento en que el poder estadounidense en la región es percibido debilitándose.
El proceso de cambio puede verse, en formas diferentes, en Arabia Saudí, Egipto e Irak – tradicionalmente las tres naciones más poderosas del mundo árabe. Cada una de las tres está frustrada por las maquinaciones de un Irán revolucionario y por los militantes de al-Qaeda, factores ambos que alientan la oposición a la élite en el poder.
La primera transición ya ha dado comienzo en Arabia Saudí, el más rico y más pro-americano de los regímenes árabes históricamente. Los titulares la semana pasada abordaban la visita del rey Abdalá a Estados Unidos para tratarse un pinzamiento lumbar, y el retorno a Arabia Saudí del príncipe heredero Sultán, ministro de defensa. Fue una señal de cambio que los viajes de estos veteranos miembros de la realeza se anunciaran públicamente al reino normalmente reservado.
Pero la verdadera noticia saudí fue que Miteb, el hijo de Abdalá, ha sido nombrado jefe de la Guardia Nacional, uno de los puestos militares más altos del país. Eso marca una transferencia de poderes a lo que se conoce como «la tercera generación», los nietos del rey fundador Abdul Aziz ibn Saud. Un indicador previo fue la elección del príncipe Mansour bin Miteb, hijo del ministro de municipios, sucesor de su padre en el puesto.
Los analistas saudíes dicen que estos cambios parecen estar sentando un patrón de sucesión: que los hijos suceden a los padres en los cargos del gabinete repartidos en un antiguo acuerdo de poderes en 1962. Un probable ejemplo será la elección de Mohammed bin Nayef, el respetadísimo jefe saudí del contraterrorismo, sucesor de su padre el príncipe Nayef como ministro de Interior cuando Nayef sea elevado a próximo príncipe heredero.
Este ardid sucesorio da cuenta del orden, pero enmascara las tensiones presentes dentro de la familia real en torno al sentido hacia el que debería de decantarse el reino, en los conflictos globales y regionales.
La sucesión en Egipto comienza por la edad y el estado de salud del Presidente Hosni Mubarak, que ha dirigido el país desde el asesinato de Anwar Sadat en 1981. Mubarak ha demostrado ser un sólido baluarte contra los fundamentalistas musulmanes — al precio de reformas democráticas en Egipto que nacieron muertas. El paradigma de la transición en esta región es ilustrado por la expectativa de que Mubarak sea sucedido por su hijo Gamal. Con estrictos controles de la oposición, se espera que el Partido Democrático Nacional de los Mubarak gane fácilmente las parlamentarias que empiezan el domingo.
Este proceso consuetudinario también fue evidente en Siria, donde el Presidente Bashar al-Assad sucedió a su padre Hafez. Llevó varios años al joven presidente consolidar el control, pero lo ha hecho con mucha inteligencia y muy pocos escrúpulos, y ahora es uno de los líderes árabes más fuertes de su generación — alguien que ridiculiza con frecuencia a Estados Unidos y sale airoso de ello.
Un hijo menos afortunado es el del Primer Ministro del Líbano, Saad Hariri, cuyo padre Rafiq fue asesinado poco después de abandonar ese cargo en 2005. El mes que viene – cuando se espera que un tribunal de investigación de las Naciones Unidas impute el asesinato de Rafiq a la poderosa milicia de respaldo sirio Hizbulá – pondrá a prueba si el deseo de venganza de un hijo supera o no al realpolitik regional. En este drama Shakespeariano, no apueste por Hamlet.
Irak se encuentra también en medio de una transición política, y ésa es más difícil de predecir. En este caso, el padre enfermo a punto de abandonar la escena no es un ser humano sino una nación – los Estados Unidos. Desde que invadieran Irak en 2003 e hicieran pedazos su antigua estructura de poderes, las fuerzas estadounidenses han estado in loco parentis. Pero eso toca a su fin, con la formación de un nuevo gobierno de coalición encabezado por el Primer Ministro Nouri al-Maliki.
El Vicepresidente Joe Biden explicaba a un reducido grupo de periodistas en la Casa Blanca la semana pasada cómo ayudó a alumbrar la nueva administración. Pero aunque incluye a todas las facciones políticas principales, es tan frágil como la propia política iraquí. Y Biden decía explícitamente, en respuesta a una pregunta, que si este centro débil no se consolida y el país vuelve a caer en la guerra civil, Estados Unidos no acudirá al rescate.
¿Qué hay por delante? Mientras se alcanzaba el acuerdo de coalición, se rumorea según una fuente de la Inteligencia árabe que agentes iraníes habrían difundido una orden de asesinar al ex primer ministro Ayad Alawi y otros miembros de su Partido Iraqiya. Pero no esperéis que el Tío Sam os resuelva la papeleta. Os tendréis que arreglar solos, chicos.
David Ignatius