Hay gremios que evolucionan con el tiempo hacia una conciencia superior. Al descubrir la vital importancia que tiene su labor para el resto de los ciudadanos, creen poder hacer uso de ella para sus reivindicaciones laborales. Es una conlusión dramática, además de ególatra. Si otros colectivos hiciesen lo mismo, en cualquier país así reinaría la anarquía. Médicos, policías, bomberos… la mayoría mantienen conflictos laborales a diario, sin que los receptores de su servicio noten ningún problema. Ejercen, además de su trabajo, una virtud olvidada por los controladores aéreos de nuestro país: la responsabilidad.
Hay sindicatos que, por su reducida dimensión y gran poder de influencia, evolucionan a la categoría de lobby. Es lo que le ha pasado a los representantes de los controladores. En esa toma de conciencia superior, evolucionados por encima de la ley, USCA (Unión Sindical de Controladores Aéreos) se ha convertido en garante de los privilegios de unos pocos contra los derechos de la mayoría. Para sorpresa de muchos, los que hace bien poco criticaban a los piquetes informativos sindicales -acogidos a la legalidad-, de la última huelga general, parecían comprender muy bien la razón que asistía a unos controladores inmersos en un paro salvaje, un acto de sabotaje del espacio aéreo de todos. Son cuestiones curiosas que nos dejan estos días de diciembre, como lo son también los encuentros que supuestamente habrían mantenido cargos del Partido Popular con representantes de los controladores aéreos la semana previa a la acción, coordinada y brutal, para dejar en tierra a cientos de miles de personas.
Para frenar a estos gremios llamados a más altas metas, subidos en la pelota de la soberbia, sin otro objetivo que el mantenimiento de unos privilegios que los gobiernos de la derecha nunca debieron firmar, el Estado ha hecho un uso escrupuloso de la legalidad. En la justa medida que requería la situación. La izquierda más plañidera sigue sacando del arcón el discurso habitual cada vez que se cruza el ejército en nuestras vidas. Venga. Evolucionen también, como lo han hecho nuestras Fuerzas Armadas. Dramatismos los justos. Para plañideras ya tenemos ahora a los controladores, que han pasado de la soberbia silenciosa del viernes al victimismo total el lunes. Haberlo pensado antes. Ahora se lo comentan ustedes al coronel, a ver qué les cuenta.
Los pulsos al Estado son diferentes y variables en su intensidad. El Vicepresidente Rubalcaba decía el otro día en Onda Cero que quien plantea un pulso al Estado lo pierde. En este caso ha sido así. Los controladores jugaron de farol, y perdieron, pero en la partida perjudicaron a cientos de miles de ciudadanos cuyo único delito era disfrutar de un merecido descanso. Eso requiere de una respuesta como la que el Gobierno ha dado a esta situación. Ahora bien, no conviene generalizar en esto de los pulsos. Los juzgados están llenos de contenciosos de ciudadanos que denuncian a ese mismo Estado por cuestiones legítimas. Esos pulsos, bienvenidos sean, debemos cultivarlos y protegerlos. Esos pulsos incluso el Estado puede llegar a perderlos, y bien está. Plantear un pulso al Estado es algo necesario, lo que es intolerable es chantajear al Estado con los ciudadanos como rehenes, no para defender derechos, sino privilegios. Los chantajes perderán siempre. Los pulsos tendrán una oportunidad, amparados por el Estado… de Derecho.
Ion Antolín Llorente