Los titanes de la industria estadounidense se reunían el martes en el edificio de la Casa Blanca. Estuvo Eric Schmidt, consejero delegado de Google. Estuvo Kenneth Chenault, presidente de American Express. Y allí estaba Barack Obama, propietario ocasional de General Motors, de Chrysler, de Citibank, del Bank of America, de AIG y de las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac.
El equipo íntimo del presidente lo gestionó como una visita de estado. Los servicios secretos cerraron el tráfico por Lafayette Square mientras los directivos iban llegando a Blair House, donde con frecuencia permanecen los dignatarios extranjeros. La policía montada estadounidense estaba montada, las limusinas presidenciales circulaban como séquito y caballeros con armas de aspecto amenazador estaban apostados de pie entre los arbustos. Lo único que faltaba era la bandera de los visitantes colgada a la vista -el signo del dólar en este caso-, del alumbrado.
Parecía una visita de estado porque era una visita de estado, en el sentido de que el Presidente Obama recibía a líderes que, para su administración, son totalmente extranjeros. Los principales capitalistas del país se sentaban con un líder humillado por muchos Republicanos como socialista.
«¡Qué rasca que hace, chicos!», dijo el presidente con un gesto amistoso al cruzar el paso de la Casa Blanca a Blair House.
¿Rasca? Espere a estar en una estancia con esos directivos.
«¡Señor Presidente!», gritaba John Harwood, de CNBC, desde las gradas de la prensa en el jardín norte. «¿Podrá reparar sus relaciones con el sector privado?»
«Vaya viruji», repitió Obama.
El presidente no estaba dispuesto a responder a las preguntas porque no quería hacer nada que alterase la coreografía de la jornada. Era la excusa para que Obama demostrara, en contraste con la percepción que muchos electores tenían el mes pasado, que es un gran hincha del libre mercado y el sector privado. Y era la oportunidad de tener a un colectivo de directivos amistoso en su mayoría (no había ninguno de petroleras ni de aseguradoras entre ellos) validando la sinceridad del Obama pro-sector privado.
Obama tiene un arduo camino por delante para superar la reputación de que es hostil al sector privado; la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, indignada con la reforma sanitaria y la legislación del cambio climático de Obama, le acusa tácitamente de lanzar «un ataque generalizado contra nuestro sistema de mercado». Pero el miércoles empezó a implantar su plan empresarial pro-sector privado.
Antes de caminar para encontrarse con los 20 consejeros delegados, Obama pronunciaba un discurso que, en el espacio de cuatro minutos exactos, incluyó siete menciones al empleo, seis al crecimiento o a crecer, y dos a la contratación privada. «Desatar el crecimiento económico es de lo que voy a hablar más adelante esta jornada cuando me reúna con algunos de los principales empresarios de América», anunciaba el presidente. (TRADUCCIÓN: ¡Soy capitalista!) «Eso incluye a Jim McNerney, de Boeing, que también encabeza mi Consejo de Exportaciones, y varios miembros de mi Comité Asesor de Recuperación Económica». (TRADUCCIÓN: ¡Algunos de mis mejores amigos son capitalistas!)
«Creo que el principal motor del éxito económico de América no es el gobierno», proseguía el presidente. «Es el dinamismo de nuestros mercados. Y en mi caso, la cuestión más importante a tenor de una idea económica es… si ayuda o no a crear empleo, estimula el crecimiento y apoya al sector privado».
El pan de América está en el sector privado.
A estas alturas, los consejeros ya habían desembarcado de sus limusinas Lincoln Town aparcadas en la 17 y esperaban en Blair House. Schmidt, de Google, llegaba más tarde que el resto, se metió en el edificio equivocado — evidentemente no había consultado Google Maps – y se fue directo a por Eamon Javers, el de la CNBC.
Al margen de lo que dijera Obama en privado a los ejecutivos durante las más de cuatro horas siguientes, les tiene que haber gustado. Al salir de Blair House, varios de ellos se acercaron a los micrófonos para acoger al presidente en el club de los capitalistas.
«Creo que tienen mucha visión empresarial en la Casa Blanca», opinaba Robert Wolf, de UBS, compañero de hoyos de Obama.
«El presidente y un buen número de los líderes empresariales presentes piensan estar en el mismo equipo», aportaba Mark Gallogly, co-fundador de Centerbridge Partners y uno de los integrantes del Comité Asesor del presidente.
«¡Todos queremos que América gane!» decía exultante Chenault, de American Express.
McNerney, de Boeing, decía que los consejeros habían perdonado a Obama por la hostilidad que muchos de ellos intuyeron por parte de la administración durante los dos últimos años. «Todos quisimos ir más allá del tono que dio lugar a este clima de confrontación», decía. «Todos presentamos nuestras disculpas, y todos dijimos que vamos a pasar página. Todos queríamos vestir el mismo logotipo en la camiseta, que es el del empleo y la competitividad de esta nación».
¡Adelante! Si sigue así, este presidente socialista se va a ganar su propio desfile por Wall Street.
Dana Milbank