La suerte de los etarras es que juegan con la aspiración de que el cese de los atentados siempre produce un alivio en la sociedad vasca. Ello es innegable, como acertadamente señaló el Vicepresidente del Gobierno y Ministro del Interior. Pero ésta, acostumbrada ya a las sucesivas treguas, siempre condicionadas a la obtención de sus fines políticos, las toma ya como algo habitual. Una nueva tregua que antes fue “unilateral” e “indefinida” en 1998; “permanente”, en 2006, y que ahora añade al “permanente” los términos de “general” y “verificable” (por la ‘comunidad internacional’) con la misma propuesta: “El proceso democrático debe superar todo tipo de negación y vulneración de derechos y debe resolver las claves de la territorialidad y el derecho de autodeterminación, que son el núcleo del conflicto político”. Lo de siempre.
Es posible que lo que ETA no aceptó en las conversaciones de Loiola, entre socialistas, peneuvistas y representantes de Batasuna, que abrían la vía a una estructura política con Navarra sobre el compromiso socialista –lo que hubiera supuesto una convulsión en la Comunidad Foral- y una posterior consulta, por parecerle tibio, lo aceptaría ahora sin reservas, con su brazo político ilegalizado y sin posibilidad de incidir en la política vasca más allá de por la coacción que ejerce en su mera existencia y por el crimen.
Pero ha pasado el tiempo en el que en cada negociación, en cada prórroga de su actividad, en cada tregua, establecía el mínimo acordado en la anterior negociación con el Gobierno para elevar el listón. Nunca logró cambiar el marco jurídico, pero obtenía el rédito inmediato de la propaganda, de reforzar su coacción: como ahora. El Gobierno socialista se avala en el fracaso de su arriesgada negociación de 2006 para reafirmarse en la exigencia de su disolución, sin precio político alguno.
ETA juega ya en desventaja: el chantaje que pudo ejercer en otros tiempos no surte el mismo efecto cuando su vulnerabilidad es manifiesta y los parados disputan a la amenaza de la banda la grave inquietud política y social de los españoles. Aunque dispongan aún de efectivos de recambio, y de una parte de jóvenes vascos crecidos en la idealización del terrorismo. Pero el tiempo le debilita.
Siguen con su parafernalia. Enfundados en sus capuchas, arropados por las banderas medievales de Navarra y de la Comunidad Autónoma Vasca proponen la “verdadera democracia”. Los muertos serían “accidentes” del pasado, producto de la ceguera de los demás. Tanta expectativa para esto, para colar a Batasuna en las instituciones con este señuelo.
Chelo Aparicio