ETA se equivoca de nuevo. Lo hace porque vive en una realidad paralela. Imagino las reuniones previas a la emisión del comunicado, buscando la terminología más cómoda para mantener viva la intriga sobre su futuro, abrir expectativas y ocupar el centro del debate político, pretendiendo, además, colocar dialécticamente la responsabilidad del siguiente paso en la esfera del Gobierno. Pero el lenguaje verbal de ETA es similar al de sus pistolas: se reduce a un estruendo sordo, grave y sin más interés que el del daño que puede causar.
Y eso es lo que primero debe preocupar, el daño. Porque daño es abrir de nuevo en la sociedad española un debate falso y atrabiliario sobre cómo reaccionar a este nuevo gesto -que por otra parte tiene poco de nuevo-, dividiendo a los partidos políticos según el empuje y la dureza con la que manifiesten el rechazo a esta declaración artificial y hueca. El PSOE tiene en su haber una experiencia dramática al intentar conciliar el deseo de paz de los españoles con las expectativas del fin de la violencia que ETA ha anunciado en otras ocasiones. Una mala experiencia por el engaño que escondía esa actitud y por la fiereza con la que se arrancó la oposición para negar cualquier posibilidad que pudiera explorase en el camino dialogado del fin del terrorismo.
Ahora, con la experiencia acumulada, el lenguaje de ETA, su actitud y sus gestos, se nos aparecen en forma grotesca y ridícula. No tengo ninguna duda sobre la importancia que debería haber tenido una noticia que anunciase el fin definitivo de los crímenes, pero es que esto es un remedo esperpéntico de lo ya sucedido demasiadas veces.
Tampoco tengo ninguna duda del sentido de la responsabilidad de Alfredo Pérez Rubalcaba, vicepresidente, ministro del interior y portavoz del gobierno, y figura reconocida en el complejo juego de las sucesiones políticas dentro del PSOE y, por tanto, de gran trascendencia pública. No la tengo porque sabe la responsabilidad que acompaña cada uno de sus actos y que confundir a la opinión pública con un nuevo juego de ilusiones sólo servirá para agitar del nuevo al PP, a la representación conocida de las víctimas y para menoscabar aún más la confianza de los españoles en la acción del gobierno de Zapatero. Así que sus primeras palabras negando el crédito que batasuna busca para justificar su retorno a la política legal, me tranquilizan y demuestran la seriedad con la que se tratan los asuntos de terrorismo.
Porque esto se trata de terrorismo, que nadie se confunda, no de los derechos de unos postulantes a concejales que son perseguidos injustamente. Batasuna no ha conseguido una reacción contundente de ETA sobre su alejamiento de la realidad criminal y no ha conseguido que anuncie el fin de las armas y el inicio de la política. No lo han logrado a pesar de sus esfuerzos, sinceros o no, por conseguirlo.
Rubalcaba debe mantener la serenidad y la firmeza que caracteriza su gestión en el Ministerio de Interior y evitar la confusión del baile cínico de los anuncios y las respuestas interesadas. Si ETA ha perdido otra oportunidad, el Gobierno tiene ahora una inmejorable para demostrar rotundamente -el mismo adjetivo que Alfredo Pérez Rubalcaba ha usado en su comparecencia ante los medios- su altura en la lucha contra la violencia criminal y dar confianza y seguridad a todos los españoles.
Y todo apunta a que será así.
Rafael García Rico