Los editores del British Medical Journal llegaban hace poco a la conclusión de que un estudio de 1998 que hizo sonar las alarmas por una posible relación entre las vacunas y el autismo es en realidad «un elaborado fraude». Es el colofón a una polémica de más de una década en la que la acusación fue inicial y alarmantemente plausible, luego cuestionada desde todos los frentes y luego desacreditada por estudios a gran escala.
Se trata de un golpe particular a los padres de niños autistas, que merecen más explicaciones y apoyo de los que en general reciben. El autismo viene resistiéndose tercamente a la explicación científica simple. Esto exige más investigaciones y más ayuda práctica a los padres – no menos.
La polémica de las vacunas en América y Europa fue posibilitada por el éxito de las vacunas. Si los niños de los países desarrollados se enfrentaran a la perspectiva real de contagiarse de sarampión, paperas o rubeola — llevando, en ciertos casos, a neumonías, ataques de epilepsia, sordera, lesiones cerebrales, infecciones de la médula o artritis — el valor de las vacunas quedaría de manifiesto de forma más inmediata. Durante el siglo XX, una media de 650.000 personas fallecía cada año a consecuencia del sarampión, la polio, la rubéola, la viruela o la difteria. Hoy son menos de 100.
Sólo los países cuyas poblaciones están en la actualidad inmunizadas debaten la importancia de las vacunas. Pero no todos los países tienen una ventaja así.
Las vacunas se encuentran entre las mayores contribuciones científicas al bienestar de la humanidad. También son parte de las mayores contribuciones humanitarias de las economías desarrolladas al resto del mundo. De forma que es desafortunado que una década de polémica con las vacunas haya eclipsado a una década de milagros de inmunización.
En el año 2000, con fondos de la Bill and Melinda Gates Foundation para empezar, comenzaba a funcionar la Global Alliance for Vaccines and Immunization (GAVI), con el objetivo de introducir en los países pobres vacunas nuevas o en desuso. GAVI es un acrónimo que suena a burocracia global, secretarías de múltiples instancias y consultas ginebrinas. La organización, por el contrario, ha resultado ser innovadora y eficaz.
La alianza – compuesta de fundaciones, gobiernos donantes, fabricantes de vacunas, el Banco Mundial y la Organización Mundial de la Salud – se ha valido del libre mercado en lugar de luchar contra él. Ha recaudado capital privado, y ha realizado pedidos de compra de vacunas anticipados a cambio de la promesa de las farmacéuticas de ampliar la producción y de suministrar las vacunas a precios más bajos. Ello ha ayudado a consolidar la «cadena del frío» que permite el traslado de vacunas a las temperaturas adecuadas.
¿El resultado? Hacia finales de 2008, 192 millones de menores habían sido vacunados contra la hepatitis B, y 41,8 millones habían recibido la vacuna conjugada (la de la bacteria causante de la meningitis). Durante su primera década, las vacunas financiadas por la GAVI para estas enfermedades — junto a la tosferina, el sarampión, la fiebre amarilla y la poliomielitis – evitaron más de 5 millones de muertes prematuras.
Al hablar de vidas humanas, la palabra «millón» no debería quedarse sin nota al pie. Es la unidad de medida de los genocidios del siglo XX. Es por tanto notable que una organización internacional mal bautizada, casi desconocida para los estadounidenses, sin aparente tendencia al autobombo, cuente con 5 millones de testimonios del éxito. Es una demostración, para cualquiera que lo pongan en duda, de que la ayuda exterior se puede diseñar con eficacia y centrar en objetivos factibles. También es prueba viviente de que la ciencia, guiada por la conciencia, es una de las fuerzas más poderosas y positivas de la historia.
Esta demostración de que la ampliación rápida de las campañas de vacunación es factible en el mundo en vías de desarrollo genera un desafío ético aparte. La vacuna de la malaria será realidad en pocos años. Las vacunas del VIH /SIDA, la tuberculosis y el dengue tardarán probablemente algo más. Pero dos vacunas – la de la familia del rotavirus y la pneumococcal – se facilitan actualmente. Estas enfermedades, que causan diarrea y neumonía, son la principal causa de muerte entre los menores de los países pobres. Pero sólo unas cuantas inyecciones a tiempo desarrollan una vida de inmunidad. The Gates Foundation estima que la campaña de vacunación a gran escala, en estos casos, podría evitar la muerte de 7,6 millones de menores de cinco años durante la próxima década. De nuevo, observe lo de «millones».
Muchos problemas globales son acuciantes pero parecen más allá de nuestra capacidad de abarcar y resolver. El suficiente apoyo a la GAVI por parte de gobiernos, fundaciones y particulares solucionaría gran parte de este problema. La respuesta a millones de menores que mueren no hay que inventarla, estudiarla ni ponerla a prueba. Todo esto ya se ha hecho. Su esperanza depende de un acuerdo difícil. Y los que tienen la llave adquieren la responsabilidad.
Michael Gerson