miércoles, noviembre 27, 2024
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Los republicanos y la puerta sin vuelta atrás

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Desde tiempos inmemoriales, la población de Senegal ha perdido la batalla contra la malaria, rindiendo una parte significativa de su descendencia a la fiebre, el fallo multiorgánico y la muerte, hasta que este terrible sacrificio acabó pareciendo corriente. El mosquito que propaga la malaria es más hábil que cualquiera de las bestias de la zona. Tras cosechar sangre infectada, inyecta al parásito de la malaria en su próximo huésped. Los parásitos en desarrollo destruyen los glóbulos rojos y desbordan los sistemas inmunes débiles, sobre todo los de los menores. 

Pero el insecto tiene una debilidad propia. Una vez que extrae sangre, tiene que posarse para procesar su alimento. Si se detiene sobre una pared rociada con insecticida, o sobre una mosquitera tratada, muere, rompiendo el ciclo de contagio.

Hace unos años, Senegal empezó a despertar de su larga pesadilla de malaria. Fue el primer país africano en fijar el objetivo de tener cobertura antimosquitos en todas las camas, lo que probablemente llegará a finales de año. Fue el primero en hacer un uso generalizado del ensayo rápido de la malaria, que permite un diagnóstico preciso en 10 minutos. Senegal está llevando a cabo campañas de fumigación de interiores y ofrece cócteles de tratamiento nuevos y eficaces. Los voluntarios van puerta por puerta en los vecindarios marginados, enseñando a las mujeres el uso apropiado de las mosquiteras.

¿El resultado? De 2005 a 2008, la mortalidad entre los menores senegaleses de seis años descendió bruscamente la tercera parte, jugando un importante papel la reducción del número de casos de malaria. Ciertas comunidades que han sufrido del 70 al 80% de los casos de malaria diagnosticados durante la estación anual no informaron de un solo contagio a la siguiente. 

Es una iniciativa sofisticada, fructífera y nacional. Pero no sería posible sin la ayuda de Estados Unidos, ayuda brindada a través del Cuerpo de Paz, la Iniciativa Presidencial contra la Malaria y el Fondo Global de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria.

De visita en los centros hospitalarios y las chozas sanitarias de Senegal, también recibí actualizaciones por correo electrónico de los recortes presupuestarios de los Republicanos de la Cámara. El Fondo Global, un 40 por ciento menos. Los programas de supervivencia infantil, que abarcan las iniciativas contra la malaria, un 10% menos. La ayuda contra el sida, un 8 por ciento menos. La asistencia al desarrollo, un 30 por ciento menos.

Estas reducciones se concibieron de forma simbólica, pero ¿qué simbolizan? ¿La disciplina fiscal? En absoluto.  Nadie puede afirmar razonablemente que la crisis presupuestaria existe a causa de que América destina demasiado dinero a mosquiteras y cócteles contra el sida. Nuestra masiva deuda está provocada sobre todo por una combinación de compromisos sociales, una población que envejece y la inflación del gasto sanitario. Reivindicar valentía o méritos por realizar recortes irrelevantes en la ayuda exterior es una pérdida neta de seriedad pública a propósito del déficit.

¿Simbolizan pues estos recortes el rechazo Republicano al progresismo de cabecera? En realidad, las principales iniciativas contra la malaria y el sida se crearon bajo dirección Republicana. Hacen hincapié en resultados y transparencia. Si el objetivo de los legisladores Republicanos es dilapidar la herencia Republicana en materia de salud global, están teniendo éxito.

Muchos políticos estadounidenses, advenedizos en la gobernación pública, no han sido expuestos aún a un reto histórico singularmente moderno. El desarrollo global dramáticamente dispar ha dejado a una parte del mundo en posesión de tecnologías y técnicas capaces de salvar millones de vidas en otras partes del mundo. Estas intervenciones son relativamente simples y baratas, una mosquitera, una pastilla diaria, una vacuna. Sobre todo en el caso de una nación dedicada a los derechos humanos universales, esta brecha de la mortalidad conlleva responsabilidades. Ha conducido a América a asumir compromisos en la lucha contra la malaria, el sida y otras enfermedades que deberían de cumplirse. Pero ayudar al mundo en desarrollo también amplía un cierto tipo de influencia global, gana amigos, y tal vez abre mercados, en lugares inesperados. Aquí en Senegal, es la razón de que el gobierno chino construya estadios, levante centros escolares y reparta medicinas contra la malaria. 

En el caso de los estadounidenses, no obstante, una interpretación adecuada de nuestros deberes globales exige cierta imaginación histórica. Durante 300 años, la Isla de Gorée en Senegal fue uno de los principales puntos de paso de esclavos enviados al Nuevo Mundo. Es la ubicación de «la puerta sin vuelta atrás», un peñón que se abre al Atlántico desde el que muchos africanos se despidieron de lo que quedaba de su tierra y sus familias. A la izquierda de esa puerta hay una pequeña celda donde se metía a los menores esclavizados, hacinados en realidad, en condiciones que garantizaran la muerte de bastantes. 

Ahora América está embarcada en una iniciativa encaminada a salvar las vidas de menores senegaleses, no por culpa sino porque ello representa mejor lo que somos. Esta simetría histórica no es sólo coincidencia; tiene más de providencia. Pone de manifiesto la clase de nación en que nos hemos convertido, y que seguiremos siendo.

Michael Gerson

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