La voracidad que la actualidad tiene consigo misma ocultó hace unos días la noticia, sí publicada por estrella digital, del ingreso en la Real Academia Española de Inés Fernández Ordóñez quien, en su discurso de acceso, defendió el origen plural de la lengua española, que “no puede identificarse sin más con el castellano”. “El  español –dijo- es un crisol de rasgos lingüísticos de dispar procedencia» y en su formación influyeron también elementos asturleoneses, navarroaragoneses, gallegoportugueses y catalanes. Y bien cierto que es.

Quiso la casualidad que la primera filóloga que accede a la RAE pronunciara estas palabras pocas horas después de que otra Academia, la de las Artes y las Ciencias cinematográficas, entregase sus premios GOYA, en cuya edición de este año el largometraje “Pa Negre” (Pan Negro), rodado en catalán, fue rotundo triunfador. Sin querer, y sin ningún acuerdo previo, los académicos de la lengua y del cine parecían hablar, por una vez, el mismo idioma.

Se premiaba un trabajo cinematográfico excelentemente realizado y en un idioma -el catalán- tan español como lo es el castellano. Pocos pueden hacerse cruces  por ello, y si ha habido quienes han puesto el grito en el cielo, es que no entienden nada de la realidad de la España plural.

Sentadas estas bases para que no quepa lugar a la duda, conviene añadir que, en apenas tres días, esa actualidad canibal ha regalado otra noticia relacionada con la lengua.

El Congreso de los Diputados, enclave donde la política actúa en demasiadas ocasiones como apisonadora contra la oratoria, y en otras muchas contra las reglas de la lengua y  la cultura, ha vuelto a hacer una de las suyas. Intereses políticos no aclarados y extemporáneos han concluido en que las tres provincias vascas que compartían nombre en castellano y en euskera pasen a denominarse Gipuzkoa, Bizkaia y Araba/Álava.
Más allá de la interpretación realizada por el PP en el sentido de que las nuevas denominaciones se aferran al monolingüismo para erradicar los nombres en castellano es, ante todo, una soberana idiotez y muestra palmaria de la incultura presente en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo. A sus señorías, según parece, no puede exigírseles nociones básicas de cultura general, pero al menos sí de sentido común.
Pero si es que está muy bien y aplaudimos convencidos que los topónimos se utilicen en euskera/vascuence, catalán y gallego, eso sí, con su equivalente en castellano.

Será un lío explicar a nuestros hijos que, según las reglas gramaticales del castellano, la fonética de la sílaba “Gi” al inicio de palabra es «Ji», pero no siempre. Cuando la «Gi» sea de Gipuzkoa, fonéticamente el inicio seguirá siendo «Gui». En el País Vasco y en Andalucía.  Y todo porque los políticos han decidido saltarse las normas del castellano para que algunas palabras tengan una fonética distinta a la que marca su grafía. Lo mismo puede aplicarse a “Bizcaia”, cuya escritura en castellano, y por razonables motivos, comienza por “V” y sigue con “Y griega» interior. Con Álava no se han atrevido porque la alternativa es “ARABA” y, claro, nadie que no fuera vasco parlante sabría llegar a Vitoria.

Así las cosas, podríamos llegar a dos conclusiones: una, sobra la Real Academia Española; y dos, lejos de ser una normalización lingüística, parece una soberana Gilipollez innecesaria por excluyente. Y sí, fonéticamente Gilipollez; y no Guilipollez. Pero todo se andará.