martes, noviembre 26, 2024
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Si no nos mienten, nos engañan

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El problema de mi temor a la energía nuclear no reside tanto en ella como en la falsedad que acompaña, casi siempre, a quienes tienen la responsabilidad de gestionarla, y a quienes administran nuestra seguridad bajo la premisa de defender nuestro bienestar y nuestra calidad de vida.

No es necesario recurrir a ejemplos foráneos. En nuestro país se sentarán en el banquillo, en unos días, los responsables de una central nuclear que actuaron irresponsablemente ante una incidencia, al parecer, suficientemente grave como para ocultarla.

La ocultación del alcance real de las consecuencias de incidencias y accidentes – qué fácil jugar con el lenguaje- en las centrales nucleares, es la principal causa de que quienes no tenemos una opinión muy formada sobre el asunto, sospechemos sobre los riesgos reales que tratan de disimular quienes la defienden con ardor.

Para mí, no sería nunca una cuestión de principios, pues se limita a un asunto de practicidad. Es evidente que a más energía nuclear se tiene menos dependencia de combustibles fósiles o de los minerales que tanto contaminan. Pero eso no es más cierto que el hecho de que invirtiendo en energías limpias y renovables, se puede alcanzar el mismo objetivo de autonomía, con una perspectiva de seguridad que sólo podría inquietar a quién viva debajo de una hélice de molino de viento que pudiera desprenderse cayendo sobre su cabeza, siguiendo la tradición quijotesca, tan española.

El problema está en el gasto innecesario de energía, en el consumo desaforado de luz que no es más que un símbolo de opulencia y que no sirve realmente para nada, porque no aporta nada a nuestra existencia. Si reducimos el gasto innecesario y recurrimos a fuentes seguras y limpias de energía, nuestra seguridad estará garantizada sin necesidad de asistir al lamentable espectáculo de técnicos y políticos mintiendo sin vergüenza a cerca de la seguridad de quienes corren el riesgo de padecer radioactividad y condenar su existencia a una enfermedad que transmitirán genéticamente, tal y como pasó en Hiroshima o en Chernobyl.

Con la naturaleza no se negocia, actúa cuando y cómo quiere, y esa ilusión infantiloide de que se pueden prevenir terremotos y maremotos no deja de ser la visión aplicada de la estrategia de Stallone en el cine a la realidad. Se puede ser más racional, más sensato. Del mismo modo que la tragedia de Biescas se hubiera evitado si no se hubiera puesto un camping en una torrentera, salvando las distancias tampoco deberían ponerse centrales nucleares en zonas con peligro sísmico más que real.

Los fenómenos geológicos, los metereológicos y todo lo que forma parte de la agenda natural que la humanidad tiene que compartir con la tierra, no están al alcance definitivo de nuestro control. Ni mucho menos. Por el contrario, la realidad nos enseña que cada vez estamos más lejos de ser los verdaderos propietarios de un planeta que, antes o después, hace lo que se le antoja sin esperar a pedir opinión a nuestra desgraciada especie.

Lo inteligente sería adaptarnos a la verdad de la tierra, y no desafiar con actuaciones tan innecesarias como peligrosas, la lógica del mundo en el que vivimos que si bien no nos pertenece, menos aún está a nuestra entera disposición. Y además estos personajes lamentables y ridículos que anidan en el entorno de la energía nuclear podrían mentir menos, salvar su vida y la de muchos, y evitar la condenación eterna de su alma fraudulenta.

Rafael García Rico

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