Tighe Barry aguantaba una brisa gélida en la esquina de la 22 con la C en Washington llevando solamente unos suspensorios y la piel de gallina. Un pequeño cartel colgando del cuello anunciaba: «Soy Bradley Manning». «Bradley Manning está encarcelado desnudo hoy», gritaba Barry, mientras los policías que custodiaban las inmediaciones del Departamento de Estado enseñaban los dientes. «¡Todo esto está mal, y por eso voy desnudo hoy!»
Momentos más tarde, Barry se daba la vuelta y mostraba a los transeúntes el desnudo integral.
Todos los caballeros tienen derecho a llevar suspensorios en público — hasta aquellos que, como Barry, tienen colgajos relacionados con la edad. Pero no veo por ninguna parte el motivo de que él y muchos más se queden en bragas por lo de Manning.
Manning, el soldado regular de 23 años de edad acusado de entregar secretos gubernamentales a Wikileaks, ha sido condenado hace poco por los alguaciles militares de Quantico a quitarse los calzoncillos antes de dormir por temor a que pueda valerse de su ropa interior para quitarse la vida.
Esto es ridículo, contraproducente y estúpido – ¿no sabe el Pentágono que los boxer son mucho menos letales que los calzoncillos? – y el portavoz del Departamento de Estado P.J. Crowley decía correctamente que el trato dispensado por la institución a Manning «es ridículo y contraproducente y estúpido». A pesar de esta verdad, Crowley era obligado a dimitir — y la cuestión de la ropa se convirtió en motivo de divisiones.
Entre la izquierda, Manning es aclamado como un héroe y un justiciero por sustraer y luego hacer públicos miles de despachos gubernamentales clasificados. El Pentágono, por su parte, considera al soldado Manning un traidor, y por eso le tiene encerrado en una celda de máxima seguridad. La verdad desnuda es que Manning no es ni un héroe ni un traidor, sino un chaval perdido que se puso a improvisar sobre la marcha.
Es necesaria una mínima explicación.
Crowley, veterano de las fuerzas aéreas de 26 años de edad que abandonó el cuerpo con el rango de Coronel, tenía toda la razón la semana pasada cuando habló ante una promoción de Harvard. Tras su anuncio de que el trato dispensado a Manning es una idiotez, añadía: «No obstante, Bradley Manning está en el lugar adecuado» en Quantico, porque «en ocasiones los secretos son necesarios».
Los partidarios de izquierdas de WikiLeaks y de Manning tienen una interpretación muy elástica de las declaraciones de Crowley, suscribiendo la interpretación de que Manning está siendo maltratado pero ignorando la salvedad de que debe estar en los calabozos. La mañana del lunes, artistas callejeros la montaban disfrazados en los exteriores del Departamento de Estado llevando pijamas de rayas (o suspensorios) y llevando una pancarta proclamando: «Crowley tiene razón».
«Bradley Manning», decía Medea Benjamin, del omnipresente colectivo de extrema izquierda Code Pink «es, para nosotros, un héroe estadounidense».
«Es un héroe americano», convenía Mike Marceau, de Veteranos por la Paz.
«¿Puedes explicar el motivo de que estemos desnudos aquí, por favor?» susurraba Barry a sus colegas.
Estaban desnudos porque están tratando de elevar a Manning a la categoría de defensor de la administración pública transparente y abierta. El problema, por supuesto, es que si Manning hizo lo que se le acusa de hacer, es casi seguro que habrá causado más mal que bien a la causa de la transparencia pública.
«No creo que esto sea constitutivo de denuncia», decía Steven Aftergood, veterano activista de la transparencia pública que dirige el proyecto de secreto gubernamental de la Federación de Científicos Estadounidenses. Sí, hubo revelaciones importantes en Wikileaks, como la documentación de las bajas civiles en Afganistán. Pero la filtración indiscriminada también puede haber puesto en peligro muchas vidas, incluyendo las de los cientos de afganos que cooperan con el ejército estadounidense.
«El enfoque de incautarse de cientos de miles de despachos militares y echarlos en masa al ámbito público», decía Aftergood, «es innecesariamente provocador». Añadía: «No estaba denunciando irregularidades. Estaba metiendo el dedo en el ojo al gobierno».
El Pentágono, por su parte, parece estar reconociendo, implícitamente, que no dio un trato adecuado a Manning. La fiscalía ha indicado que no va a solicitar la pena capital, y el personal penitenciario a cargo de Manning ha puesto hace poco los medios para que lleve ropa no-letal en lugar de sus calzoncillos — puede que uno de esos camisones de papel que dan en los hospitales.
Va siendo hora de que los incondicionales de Manning acepten que puede no ser por fuerza el campeón de la libertad por el que le tienen. Una cosa es exigir su derecho a calzarse los Fruit of the Loom. Otra muy diferente es convertirlo en un mártir.
Barry, el caballero semidesnudo de la calle C, decía creer ver las líneas maestras de un compromiso: Manning se podría reunir con sus calzoncillos pero, por su propia seguridad, serle negado el contacto con los más elásticos de contorno ajustado.
«Eso tiene sentido para mí», decía el caballero de los suspensorios. «Yo llevo boxers».
Dana Milbank