domingo, noviembre 24, 2024
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En busca de la doctrina Obama

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La búsqueda de una Doctrina Obama que consolide y motive su política exterior no ha obtenido mucho resultado. La propia administración se muestra despreciativa hacia la noción de una gran estrategia, anunciando públicamente la prioridad de la flexibilidad sobre la coherencia. Los incondicionales elogian los matices y las sutilezas de Barack Obama, contrastándolas invariablemente con las certidumbres simplistas de George W. Bush. La nebulosidad de Obama, según esta opinión, oculta un admirable realismo.

Pero la espada de Occam, la superioridad de la explicación más simple, se aplica hasta en política exterior. Siendo candidato, Obama definía su enfoque como lo diametralmente opuesto a todo lo Bush. Al margen del tema, Obama iba a ser el negativo fotográfico. Pero siendo presidente, la política exterior de Obama viene evolucionando  paulatinamente hacia las opiniones de su antecesor. El orgullo de Obama no le permitirá reconocerlo. Su imprecisión retórica lo eclipsa. Pero tras la bruma se oculta la Doctrina Bush.

Habiendo tenido algo que ver a la hora de dar forma a esa doctrina, la reconozco a simple vista. Parte de la idea de la prevención, afrontar los peligros que amenazan a América antes de que emerjan completamente. El informe Estrategia de Seguridad Nacional 2010 de Obama restaba importancia a la noción del uso preventivo de la fuerza y desterraba el idioma de una «guerra» contra el terrorismo. Pero Obama iba a destacar alrededor de 30.000 efectivos estadounidenses más en el frente afgano, siguiendo la teoría de que «es desde aquí que fuimos atacados el 11 de Septiembre y es desde aquí que se planean nuevos atentados mientras hablo». Elevó dramáticamente la frecuencia de los ataques con vehículos no tripulados en Pakistán, y siguió confinando indefinidamente terroristas en la bahía de Guantánamo, valiéndose de las mismas teorías jurídicas utilizadas por la administración Bush. La oposición de Obama a la doctrina preventiva se compone principalmente de críticas a la Guerra de Irak vertidas hace tiempo.

Otro elemento de la Doctrina Bush es la promoción de la democracia y los derechos humanos como alternativas a la ideología islamista. Inicialmente, la administración Obama se burló de la idea entera, afirmando la Secretario de Estado Hillary Clinton: «Dejemos a un lado las ideologías; eso está muy pasado».  Durante el primer año de Obama en la administración, la financiación de los programas de promoción de la democracia en Egipto se redujo a la mitad. Las muestras iniciales de descontento en Oriente Próximo fueron consideradas complicaciones desafortunadas de la estrategia de diálogo con dictadores de la administración.

Pero el contagio del heroísmo entre los manifestantes de Oriente Medio ha bastado para fundir la indiferencia hasta de los realistas más fríos. La historia ha empujado a Obama a hacer una elección binaria: Traicionar la libertad o suscribirla. A regañadientes, la ha suscrito. Por eso en su discurso a la nación sobre Libia, Obama dijo: «Allí donde la población quiera ser libre, va a encontrar un amigo en los Estados Unidos». He aquí el discurso de investidura de la reelección de Bush: «Cuando defendáis vuestra libertad, nosotros estaremos con vosotros». No es que Obama suene como Bush; es que los dos suenan como estadounidenses.

El elemento final de la Doctrina Bush es el hincapié en la lucha contra la pobreza global y las enfermedades, apoyado en la teoría de que las regiones anárquicas y perdidas del mundo van a exportar problemas como el terrorismo, la trata de blancas o el tráfico de estupefacientes. Aquí Obama ha reconocido la continuidad, llegando a alabar a Bush a tenor de la ayuda contra el SIDA, pero sin añadir mucha audacia propia.

Existen, por supuesto, enormes diferencias de enfoque y énfasis entre Obama y Bush. Obama habla de multilateralismo con mayor entusiasmo. Este compromiso, no obstante, aún ha de ser puesto a prueba. ¿Se habría abstenido Obama de intervenir en Libia si el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se hubiera resistido? ¿Habría aceptado la reducción de Bengasi a escombros con el fin de poner en evidencia sus convicciones multilaterales? A juzgar por el propio razonamiento de Obama, que no podía «esperar las imágenes de carnicerías y fosas comunes para tomar medidas», habría actuado de todas formas.

Es tentador, muy tentador, destacar que Obama está creciendo en la administración. Que está aprendiendo el oficio. Que toma apuntes, modifica un poco por allí y un poco por allá, pero finalmente hace sus deberes.

Pero esto no sería justo. Obama no está copiando. Está respondiendo a un conjunto de circunstancias objetivas que no han cambiado. En el mundo post-11 de Septiembre, todo presidente va a aspirar a prevenir atentados terroristas, a influenciar las atmósferas que los generan y a alentar el avance de la esperanza contra el odio. Tal vez sea innecesariamente confuso llamar a ésta la Doctrina Bush. Es, más bien, un conjunto de reacciones estratégicas bastante evidentes a una amenaza presente e innegable. No es nada raro que Obama comparta estos compromisos, ni que encuentre tan incómodo admitirlo.

Michael Gerson

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