Mentir es faltar a la verdad en la narración de los hechos. En principio una mentira es algo fácil de corroborar, toda vez que se refiere a un extremo puramente objetivo. Los hechos son lo que son, si lo son. Por eso cuando uno es acusado de mentir solo puede salvarse con la exceptio veritatis, es decir, acreditando que lo que dice se corresponde con la realidad. El problema es que la mentira se produce en el seno de una manifestación o declaración de parte. Aquí se introduce un elemento subjetivo que complica el análisis, ya que solo miente quien conoce la falta de veracidad de los hechos que cuenta, pero no miente quien lo ignora. Otra cosa es que la ignorancia sea tremendamente osada y que haya otros reproches severos que formular hacia aquéllos que se manifiestan de forma tajante sin pararse a pensar si lo que cuentan se corresponde con la realidad. Por otra parte la mentira precisa incorporarse al tráfico social, necesita tener un destinatario, alguien a quien se pretende engañar. Esto nos lleva a otra conclusión inexorable, cual es que la mentira siempre tiene un móvil, una causa final, a veces incluso aparentemente noble (la mentira piadosa). Hasta quien miente sin un propósito aparente abriga, a veces sin saberlo, una intención, una aspiración.
Sentadas las premisas anteriores podemos analizar si ETA miente en el compendio de sus conversaciones con los interlocutores designados por el gobierno de ZP o si bien son los ministros del citado gabinete los que faltan a la verdad cuando cuestionan las informaciones incautadas por la policía a esa especie de Cromagnon bautizado como Thierry. Descartamos que el tal sujeto estuviese escribiendo su resumen sin saber de qué hablaba, por lo que podemos suponer que recogía fielmente su versión de los hechos. Del tenor de las llamadas “actas” se deduce que su destinatario final eran los propios archivos de la banda criminal, con lo que nos falta la dimensión externa, el destinatario ajeno. Es poco razonable pensar que Thierry se estuviese mintiendo a sí mismo. En ausencia de destinatario, tampoco encontramos el elemento final, el fin que se pretendería alcanzar con la mentira en cuestión. Puesto que no es razonable pensar que el capo etarra falsease maliciosamente las actas con el fin de confundir a la opinión pública española cuando fuese detenido (fundamentalmente porque no se puede pensar que quisiese ser detenido ni que su ordenador fuera incautado), la versión del gobierno sobre el carácter mendaz de los documentos etarras, por más que se intente enmarcar en el carácter indudablemente abyecto de los asesinos, es difícilmente sostenible. Por más gruesas que sean las palabras y las apelaciones, el análisis lógico impide concluir que las actas de Thierry sean falsas.
En cambio la posibilidad de que el gobierno esté mintiendo cuando cuestiona el contenido de las actas de ETA es bastante sólida. En primer lugar existen circunstancias objetivas que corroboran la veracidad de algunos de los extremos contenidos en dichas actas (cambios en la fiscalía, tratamiento penitenciario de De Juana Chaos, Caso Faisán…). Ante la evidencia, el ejecutivo se refugia en formulaciones generales (no se puede creer a los terroristas, hay que apoyar al gobierno en la lucha contra ETA…) pero no desmiente el contenido de las actas de Thierry. Y es que además Rubalcaba y sus muchachos tienen un propósito para faltar a la verdad, que es básicamente el intento de sobrevivir políticamente e incluso, según el caso, salvarse de una investigación judicial.
El problema fundamental que tiene Rubalcaba es uno que divertía bastante a los sofistas y es la imposibilidad de sostener simultáneamente dos proposiciones contradictorias. A raíz del atentado del 11 de marzo de 2004, el actual vicepresidente del gobierno nos dijo que “ETA mata, pero nunca miente” (la cafetería Rolando o el Hotel Corona de Aragón dicen otra cosa, pero bueno…). Ahora sin embargo nos trata de convencer de que no se puede dar crédito en ningún caso a lo que digan los terroristas. Incluso quienes creen que Don Alfredo es un genio deberán aceptar el argumento de la lógica y la imposibilidad de mantener ambas cosas al mismo tiempo. Llegados a este punto nos debemos preguntar ¿Mentía Rubalcaba en 2004 o miente ahora?
Cuando sin duda decía la verdad era aquella noche de marzo en la que afirmó que los españoles merecen un gobierno que no les mienta. Don Alfredo hablaba de lo que merecemos, pero lamentablemente no de lo que tenemos…
Juan Carlos Olarra